1.- El desierto, el ámbito donde clama la voz del
Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar inhóspito
que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.
2.- El camino, signo por excelencia del adviento,
camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar al Señor. Que
lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.
3.- La colina, símbolo del orgullo, la prepotencia, la
vanidad y la “grandeza” de nuestros cálculos y categorías humanas, que son
precisos abajar para la llegada del Señor.
4.- El valle, símbolo de nuestro esfuerzo por elevar
la esperanza y mantener siempre la confianza en el Señor. ¡Qué los valles se
levanten para que puedan contemplar al Señor!
5.- El renuevo, el vástago, que florecerá de su raíz y
sobre el que se posará el Espíritu del Señor.
6.- La pradera, donde habitarán y pacerán el lobo con
el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y león, mientras los
pastoreará un muchacho pequeño.
7.- El silencio, en el silencio de la noche siempre se
manifestó Dios. En el silencio de la noche resonó para siempre la Palabra de
Dios hecha carne. En el silencio de las noche y de los días del adviento, nos
hablará, de nuevo, la Palabra.
8.- El gozo, sentimiento hondo de alegría, el gozo por
el Señor que viene, por el Dios que se acerca. El gozo de salvarnos salvados.
El gozo “porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro”
son quebrantados como en el día de Madían; el gozo y la alegría “como gozan al
segar, como se alegran al repartirse el botín”.
9.- La luz, del pueblo del caminaba en tinieblas, que
habitaba en tierras de sombras, y se vio envuelto en la gran luz del alumbramiento
del Señor. Esa luz expresada hoy día en los símbolos catequéticos y litúrgicos
en la corona de adviento, que cada semana del adviento ve incrementada una luz
mientras se aproxima la venida del Señor.
10.- La paz, la paz que es el don de los dones del
Señor, la plenitud de las promesas y profecías mesiánicas, el anuncio y certeza
de que Quien viene es el Príncipe de la paz, el arbitro de las naciones, el
juez de pueblos numerosos. “De las espadas forjarán arados; de las lanzas,
podaderas”. “¡Qué en sus días florezca la justicia y la paz abunde
eternamente!”
Todos estos lugares, todos estos símbolos, conducirán,
como un peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora
del adviento.
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