Este artículo fue publicado originalmente en Acento,
lo hemos copiado para reproducirlo aquí, en Hechos que son Noticias.
Luego de las fallidas elecciones
municipales del pasado 16 de febrero de 2020, muchos jóvenes dominicanos se
apostaron frente a la Junta Central Electoral para exigir una explicación a lo
sucedido. Se convocaron por las redes sociales y se coordinaron para tener una
protesta creativa, pacífica y cívica. Algunos se referían a este momento como un
«resurgir de la conciencia ciudadana» o como el «despertar de la juventud
dominicana». No faltaron críticas y ataques. Algunos quisieron desautorizar las
manifestaciones. Decían con desdén que eran fruto de un entretenimiento
pasajero de los popis (jóvenes
de clase social elevada) y se preguntaban dónde estaban los wawawa (jóvenes de los barrios
marginados). Algunos hablaban de que las manifestaciones eran fruto de la
oposición política y los jóvenes fungían como simples títeres de los poderes de
siempre. Cada quien evaluó, como solemos hacerlo todos, desde su posición
ideológica y perspectiva existencial.
Lo cierto es que, gracias a esa
protesta, se volvió a mirar a una población constantemente olvidada por las
políticas públicas nacionales y pobre en oportunidades. Sorprende esa actitud,
siendo que, según la Oficina Nacional de Estadística (ONE) de la República
Dominicana, el país cuenta con un total de 3,661,115 personas entre los 18 y
los 39 años de edad. Si a esto sumamos los 3,446,440 de niños y adolescentes
entre los 0 a 17 años, junto a los jóvenes, representan casi el 70% de la
población dominicana. Tenemos una edad mediana de la población general de unos
27.83 años. ¡Somos un país joven! La situación sanitaria que atravesamos a raíz
de la pandemia del COVID-19 es una nueva oportunidad para que los jóvenes
asuman un rol de liderazgo, de manera que, uniendo talentos y voluntades,
puedan trabajar por la salud y los derechos de la población en general.
El Ministerio de la Juventud se ha
propuesto la elaboración de un Plan
Nacional de Juventudes 2030. Para ello, toma como
puntos de referencia internacional el Consenso
de Montevideo (2013), los Objetivos
de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas
(2015) y el Pacto
Iberoamericano de Juventud (2016), que a su vez
remite a la Convención
Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes (2005).
En dichos acuerdos los Estados firmantes se comprometen a garantizar la
existencia de mecanismos de participación efectiva de adolescentes y jóvenes en
el debate público y en la toma de decisiones. Hoy, en medio de esta pandemia
que afecta a la humanidad, la República Dominicana debe contar con su activo
más abundante: los jóvenes. En las juventudes dominicanas hay una fuerza
transformadora, profesional y creativa capaz de vislumbrar, proponer y ejecutar
soluciones viables a esta situación sanitaria para el beneficio de todos.
Hace unos días, a raíz de que publiqué
un artículo en
Acento, fui invitado a un diálogo virtual con los jóvenes que participan de la
Escuela de Formación Sociopolítica que está surgiendo al alero del Instituto Superior Pedro Fco. Bonó.
Entre ellos había jóvenes procedentes de diferentes sectores de Santo Domingo y
San Cristóbal, de distintos niveles socioeconómicos y con una rica diversidad
de áreas profesionales. Les hacía confluir en esa reunión una profunda
preocupación por los problemas nacionales, el deseo de buscar formas para
incidir en la toma de decisiones políticas y de aportar soluciones a los males
que afectan a muchos dominicanos, especialmente a los que son más vulnerables
en medio de esta pandemia. Es decir, estos jóvenes, al igual que otros muchos
en nuestro país, buscan ejercer una ciudadanía responsable y, en medio de esta
coyuntura sanitaria, hacerse cargo de los deberes que esto conlleva. Esta
conversación me proporcionó muchas luces que procedo a compartir.
El ejercicio de una ciudadanía
responsable supone el reconocimiento de derechos y deberes por parte de los
miembros de un Estado. Esto convierte al ciudadano en un actor político dentro
del marco del «Estado de derecho» sostenido por la constitución del país. En
este sentido, ejercer una ciudadanía responsable conllevaría, además de
defender los derechos fundamentales de todos los miembros de un territorio,
cumplir con las obligaciones necesarias para la buena convivencia y el
bienestar de todos. ¿Cómo podrían ejercer los jóvenes dominicanos hoy, en su
diversidad y riqueza, el rol de ciudadanos responsables ante esta pandemia? De
antemano digo que las sugerencias que siguen no pretenden ser exhaustivas, hay
muchas otras maneras y de seguro los jóvenes mismos podrán formularlas de forma
más creativa y lúcida. Mi intención es motivar a que ellos mismos las compartan
por los medios que consideren más idóneos.
El primer modo que deseo destacar es el
no caer en trampantojos.
La palabra trampantojo viene de «trampa ante ojo». Significa «trampa o ilusión
con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es». Es también una
técnica pictórica que magnifica y hace brillante la realidad, disimulando así
sus defectos y carencias. Existen muchas maneras en las que se nos invita a
mirar la realidad, entre ellas algunas que intentan ocultar todo lo feo, lo
marginado, lo poco atractivo, lo que no gusta o tiene poco brillo. Los
trampantojos suelen ser aliados muy fieles de la aporofobia, esa palabra
introducida por la filósofa Adela Cortina, que
significa «fobia a las personas pobres o desfavorecidas». Cortina lo identifica
con el deseo de vivir bien que hace que nos arrimemos preferentemente a
aquellos que nos pueden favorecer, alejándonos de los que consideramos que no
tienen nada que aportar. En este sentido, el pobre queda fuera de nuestra
referencia vital. Hoy, ser revolucionario, contracultural, original y único,
pasa también por ser inclusivo y defensor de los derechos de las personas que
quedan marginadas por la exclusión social, la desigualdad y la pobreza.
Hoy necesitamos más que nunca el
espíritu crítico de los jóvenes, su sagacidad para intuir las injusticias que
intentan taparse con muros o con finas capas de corrupción silenciadora.
Necesitamos que, a los que posiblemente hemos caído en el conformismo de lo
«que siempre ha sido así», nos ayuden a identificar y desafiar las estructuras
y los obstáculos que impiden que las oportunidades lleguen a todos. Los
jóvenes, con su creatividad y originalidad, son agentes indispensables para la
transformación de las contradicciones que perjudican a los de siempre y para el
derribo de los prejuicios que relegan la vida de muchos.
Me permito un ejemplo. Pregunté a una
joven qué era eso de los lives por
Instagram que estaba haciendo un músico urbano, porque en los periódicos veía
que generaba opiniones contrarias. Ella fue tajante: «no estoy de acuerdo, ni
apoyo esos lives». Inmediatamente
agregó: «no quiero ni pensar que uno de esos mal llamados ‘empresarios del
entretenimiento’ estén aprovechando la fama de ese músico para exhibir como
mercancía a alguna migrante a la que le tiene retenidos sus documentos». Esa joven
no entró en debates morales sobre el modo en que debemos de entretenernos o
sobre la libertad para exhibir o no el cuerpo. Su punto era no apoyar algo que
le generaba sospecha de injusticia con una situación tan grave como la trata de
personas. El pensamiento crítico desarticula conformismos, desnuda injusticias
ataviadas de trampantojos y articula voluntades.
Hablando con los jóvenes de la Escuela
de Formación Sociopolítica me compartían iniciativas que iban surgiendo. Me
hablaron de un grupo de ingenieros que estaban en el proceso de fabricación de
respiradores con las impresoras 3D de su universidad. Una diseñadora gráfica se
identificó como aquella que está colaborando en el diseño del manual para el
ensamblaje de dichos aparatos. Una psicóloga habló de cómo un grupo de
profesionales jóvenes de la salud mental estaban organizándose para dar
atención gratuita a aquellos que necesitaran asistencia. Lo mismo están
haciendo los jóvenes maestros en el compartir de materiales didácticos y en dar
apoyo a los maestros que no son muy avezados con las tecnologías. Otros
hablaron de cómo en su comunidad están tratando de identificar y ayudar a
personas de la tercera edad o con alguna condición que les pusiera en mayor
riesgo ante el virus para brindarles apoyo. Más de uno identificaba la
necesidad de traducir a un lenguaje llano y accesible las indicaciones de
prevención y el uso adecuado de los implementos de higiene, quizás a través de
campañas por las redes sociales. Otros mencionaban la posibilidad de crear sistemas
de información para localizar a las familias que estén experimentando hambre o
violencia intrafamiliar. Si los jóvenes se organizan, como han demostrado muy
recientemente que tienen capacidad, se transforman en los agentes del cambio
social que tanto anhelamos en República Dominicana.
En medio de esta pandemia los jóvenes
están llamados a vivir desde una responsabilidad solidaria y desde una
solidaridad responsable. Una responsabilidad solidaria supone reconocer que,
aunque corren menor riesgo de agravamiento a causa del virus, en términos
estadísticos, deben cuidar de no contagiarse, no solo para cuidarse ellos, sino
también para evitar el contagio a personas vulnerables y de alto riesgo. Esto
supone que se deben evitar comportamientos temerarios e imprudentes que pongan
en riesgo a sus familias y comunidades. No es tiempo de omnipotencias ni de
acciones medalaganarias. Responsabilidad hoy significa mantenerse informados
para ayudar a otros a comprender las normas de higiene y distanciamiento. También
hace referencia a que es tiempo de austeridad, de disminución del consumismo,
es decir, de renuncia al gasto superfluo y, en consecuencia, es tiempo de
ahorro y planificación, pues si ya el sector juvenil llevaba sobre sí el peso
de la precariedad laboral, los tiempos que se avecinan no serán mejores.
Responsabilidad solidaria es ir activando la creatividad para tomar iniciativas
comunitarias, de trabajo, de emprendimiento y de diversión sana para el tiempo
de cuarentena y después del mismo.
La solidaridad responsable presupone el
impresionante poder movilizador de los jóvenes dada la interconectividad con la
que viven sus relaciones, si se sacuden con audacia de las dimensiones
alienantes de las redes sociales. Es tiempo de redes que nos levanten de nuestros
asientos, a todos, y los jóvenes pueden inspirarnos. Habrá que generar redes de
voluntariado —con las debidas medidas de precaución para no contraer la
enfermedad ni ser transmisores de la misma—, de apoyo emocional, de
reforzamiento de la educación, de mejora en uso de los servicios de salud, de
una mayor articulación para la seguridad ciudadana, para la protección de los
ancianos, para el resurgir de la economía. La solidaridad responsable supone
salir de nosotros mismos y de nuestras comodidades o conformismos para ponernos
al servicio de otros. Más que momentos puntuales de ayuda, es asumir la
disponibilidad para el servicio como estilo de vida. No es necesario gestos
demasiado grandes o riesgos desproporcionados. Es que si sabe matemáticas (o
cualquier otra materia), por ejemplo, tomar el temario de su hermano pequeño y
grabar videos creativos y bien explicados para hacer reforzamiento de clases a
los niños de un curso determinado, eso ya es un gesto invaluable. Viralizar hoy
la solidaridad, la información veraz, la generosidad y el compromiso con los
más vulnerables es algo que los jóvenes nos pueden regalar.
Antes mencionaba los acuerdos
internacionales sobre juventudes. En dichos acuerdos se expresan los derechos
de los jóvenes. Conocerlos es importante. Esto ayudará a definir las tareas de
incidencia política, de organización de la juventud como actores de cambio
social y generadores de un país más justo y solidario para el tiempo
pospandemia. Invertir el tiempo de cuarentena en articular y fortalecer las
redes de solidaridad e incidencia política nos permitirá mantener viva la
búsqueda del mejoramiento del sistema educativo nacional, la lucha contra la
corrupción y la impunidad, la búsqueda de mejora del sistema de salud para que
sea accesible y de calidad para todos, la defensa de los trabajadores y de los
derechos de los migrantes, la búsqueda de soluciones creativas para mejorar la
política de vivienda, de defensa al campesinado, de lucha contra la violencia
intrafamiliar, contra la mujer o cualquier tipo de abuso que vaya en contra de
la dignidad humana. Hay muchas redes que están generando vida y esperanza en
estos días de pandemia. Viralizarlas, hacerlas visibles, puede sumar voluntades
y mantener viva la esperanza. Los jóvenes en ello, a mi modo de ver, tienen un
rol protagónico, hoy y para el futuro, y desde ahí pueden desplegar su
compromiso ciudadano.
Hechos que son Noticias
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Cristian
Peralta, SJ
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