31/03/2011

ESE CONCHO


El transporte público nuestro es una vergüenza. Vivimos en este calvario desde hace décadas. Los cuantiosos recursos invertidos, por diferentes gobiernos, para brindarle a la población un servicio limpio, puntual y decente han caído en sacos rotos. Hay quienes a base de triquiñuelas y extorsiones en el negocio del transporte, exhiben riquezas escandalosas a base de los sufrimientos de una población huérfana de funcionarios eficientes, a quienes les duela el despilfarro de los bienes del Estado.
Al pasar de los años, los gremios choferiles se han convertido en verdugos de quienes tienen que utilizar este ineficiente y anárquico servicio del transporte público. Pero nos quedamos atónitos cuando vemos que a cambio de su actitud reciben premios y recompensas que los transforman en arrogantes y altaneros, a la vez que van adquiriendo un poder, del cual, si no se pone freno a tiempo, nos lamentaremos. La violencia en su forma más primitiva es la respuesta de este sector ante cualquier asomo de llevarlos al redil de la ley.
No podemos continuar con este desorden. Hace años que países latinoamericanos con una situación socio­económica similar a la nuestra, tienen un transporte público organizado y eficiente. Ahí tenemos que llegar. Nos aho­rraríamos divisas, tendríamos menos contaminación, disminuiría significativamente el congestiona­miento de las vías y sería un alivio para la maltrecha economía familiar.  ¿Cómo es posible que todavía estemos dependiendo de vehículos pequeños, en donde apenas caben seis pasajeros, para desplazarse a sus centros de trabajo, universidades, colegios y escuelas?
Anclado en el sofisma de que los trabajadores del volante son humildes padres de familia, no podemos permanecer estancados en la historia, retrasando una medida que hace tiempo se debió tomar, como es organizar un transporte colectivo que abra las puertas a la modernidad y la eficiencia.
Por eso, nos duele que ahora se esté hablando de gravar con un peso el galón de gasolina para entregar esos recursos a los choferes. Así vamos en vía contraria. No se puede seguir alimentando el desorden, además, es como dicen nues­tros campesinos es continuar “echándole manteca a puercos gordos”.



Camino

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