09/04/2020

CARTA A MIS FELIGRESES

EL JUEVES SANTO 2020

El Jueves Santo es un día muy especial para los sacerdotes, no solo porque hoy comenzamos a celebrar el misterio de la redención, sino porque en esta noche de intimidad entre el Señor y sus discípulos Él nos dejó dos sacramentos, dos tesoros a través de los cuales quería alimentar y sostener a su Iglesia: la eucaristía y el sacerdocio ministerial. En la Última Cena, luego de ponunciar las palabras de bendición sobre el pan y el vino los transformó en su Cuerpo y Sangre y mandó a sus disípulos a realizar tal misterio de entrega y amor hasta el final de los tiempos.

Al despertarme esta mañana, en medio de estas circunstancias particulares, consciente de que no podré celebrar junto a los míos el Triduo Pascual, me ha llevado a experimentar en el corazón varias emociones. Cuando era un joven seminarista, el solo hecho de pensar que podría presidir, en nombre del Señor, los santos misterios de su Pasión, Muerte y Resurrección, me estremecía todo el ser. En los momentos de oscuridad o duda durante el proceso de discernimiento de la vocación, pensaba en los que el Señor pondría un día en el camino para servirles como su pastor, es decir en ustedes, sobre todo a través del sacramento de la eucaristía y la penitencia, y ese pensamiento tenía el efecto inmediato de aliciente, al mismo tiempo que me impulsaba para continuar avanzando y acogiendo generosamente las pruebas. En estos momentos intento hacer el mismo ejercicio de aquellos años pero se me está haciendo difícil, ya que les conozco y tengo grabados sus rostros en mi mente y corazón, los cuales no podré contemplar esta tarde.

Muchas veces he predicado en estos días sobre el dolor de Cristo de camino al Calvario, sin embargo creo que no había tenido experiencia de uno que le costó mucho particularmente: el no poder estar cerca “de los suyos” en el momento de la prueba y una vez clavado en la cruz, encontrase limitado de abrazarles. Aunque no pretendo, ni mucho menos, equiparar mi dolor al del Señor, a través de la experiencia de estos días, he podido comprender mejor ese sentimiento de soledad, de impotencia en el corazón que se puede experimentar desde la cruz.

¡Celebrar tantos días la EUCARISTÍA SIN VER NI ABRAZAR A LOS MÍOS, ha sido muy duro! Aunque, debo admitir, que gracias a sus oraciones, mensajes, llamadas y muestras de amor, han mantenido mi corazon latiendo calmadamente.

En este día les tendré muy presente en mis oraciones desde CASA de mis padres y quiero que sepan que mi ministerio de servicio no se entiende sin ustedes. ¡Pronto nos reuniremos en el templo para celebrar JUNTOS la gran fiesta de la Pascua del Señor, la eucaristía!

Sostenidos por Jesús y su Madre,

Padre Jorge Yamil
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