El icono de nuestra Señora del Perpetuo Socorro
Si
observamos con detenimiento la imagen de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro
encontramos en ella muchos signos que nos remontan a la iconografía oriental de
los primeros siglos del cristianismo.
El icono es una representación religiosa de pincel o relieve, usada en las
iglesias cristianas orientales. Etimológicamente el término griego
“eikón”, de donde viene la palabra “icono”, significa imagen. Pero en su
contexto, cuando hablamos de “icono” estamos designando una imagen que
representa a Cristo, a la virgen o a los santos y que ha sido pintada según
unas normas precisas desde el punto de vista técnico y teológico. El nuevo
Testamento lo aplica en primer lugar a Jesucristo, quien se convierte en icono
de Dios y templo del Espíritu Santo (Rm 8,14).
El
icono es más que una simple representación de hechos o personajes del pasado.
El icono hace presente eso que se recuerda. Es un punto de encuentro entre el
misterio de Dios y la realidad de los seres humanos. Un icono no es algo para
decorar un altar; el icono es el altar. Por eso en las liturgias orientales los
iconos son venerados al lado de la Palabra de Dios.
El
icono es fruto de una vivencia profunda del misterio de Dios en la vida de las
personas y de las comunidades. No resulta porque le pagaron a alguien para que
lo dibujara. Los artistas que pintaban los iconos componían sus cuadros en un
ambiente de reflexión y de oración. Mientas trabajaban y oraban, pensaban en la
vivencia de las comunidades y en quienes orarían algún día ante la imagen que
estaban pintando.
Cuando
nos ponemos en actitud orante ante un icono podemos profundizar en la realidad
misteriosa que representa y descubrir mejor el valor de la oración. Los iconos
se hicieron para ser contemplados y para orar. No es que haya iconos
milagrosos; es que, al contemplar los iconos, estos nos ayudan a encontrarnos
con eso que representan.
El
icono de nuestra Madre del Socorro fue elaborado por un autor anónimo para
representar el misterio cristiano de la Redención y unido a él, a María
Santísima. No podemos indicar con exactitud la fecha de su composición, pero,
por sus características, podemos sospechar que el autor era de la isla de
Creta.
Es
una pintura sobre madera que mide 54 centímetros de alto por 41.5 de
ancho. A lo largo de la historia ha recibido dos títulos fundamentales. Por
motivos artísticos, de acuerdo al tipo de imagen pintada en él, ha sido
llamado: “Virgen de la Pasión”. Se llaman así a los iconos que suelen
representar a María Santísima con su hijo Jesús y a los lados, dos ángeles con
los instrumentos de la pasión. El otro título nació de la devoción que lo ha
distinguido: “Nuestra Señora del perpetuo Socorro”. En nuestro icono aparece la
Madre de Jesús mirando tiernamente hacia sus devotos y dispuesta a socorrerlos.
El
icono muestra cuatro figuras sagradas: la Madre, el Niño y los arcángeles
Miguel y Gabriel. Estos personajes vienen descritos en las letras que aparecen
en la imagen:
o M R- J Y significa
Madre de Dios (a los dos lados de la parte superior del cuadro)
o I C C I significa
Jesús -Cristo (a la derecha de la cabeza del Niño Jesús)
o O R M
significa Arcángel Miguel (sobre el ángel, a la izquierda de
quien mira el icono)
o O R G significa Arcángel Rafael (sobre el ángel de la derecha)
La
Virgen está representada de medio cuerpo. Viste túnica roja, manto azul marino,
de forro verde, cofia de color azul cobalto que recoge los cabellos y cubre la
frente. En la parte alta y central de la frente hay una estrella dorada de ocho
rayos rectilíneos; cerca se ve una cruz con rayos a modo de estrella. En la
última restauración, realizada en 1998 a la imagen auténtica, que está en la Iglesia
de San Alfonso de Roma, se descubrió que originalmente era sin corona. Una vez
restaurado el cuadro y dejado como estaba primero, se pudo apreciar mejor la
aureola típica del estilo cretense, que desde 1867 había quedado oculta por la
corona que se había sobrepuesto.
El
rostro de la Virgen aparece ligeramente inclinado hacia el Niño que sostiene
con la mano izquierda. En la derecha, mano grande y dedos largos (propios de
las imágenes que indican el camino: “Hodiguitria”), recibe las manos del niño.
Se refleja en su mirada una ternura triste. No mira a su hijo, sino que parece
dialogar con quien la contempla (perspectiva universal). Los ojos, color miel y
forma de almendra, y cejas fuertemente marcadas dan a su rostro belleza y
solemnidad.
El
niño Jesús es el único que aparece de cuerpo entero. Viste túnica
verde con ceñidor rojo y manto rojizo. Lleva sandalias, pero la del pie
derecho está suelta y nos permite ver la planta del pie. Tiene cabellos
castaños y facciones prejuveniles. Descansa sobre el brazo izquierdo de María,
mientras sus manos se aferran a la mano de ella. Los pies y el cuello expresan
un movimiento brusco de temor ante algo que se ve de repente. Lo que parece
asustar al Niño es la visión de la Pasión, representada en la cruz y los clavos
que porta el arcángel Gabriel y la lanza, la caña con la esponja y el vaso de
vinagre que porta el arcángel Miguel.
¿Por
qué estos signos y esta actitud del niño? “Y el Verbo de Dios se hizo
carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Porque Jesús asumió
enteramente nuestra condición humana. Los miedos, los vacíos y las
incertidumbres, así como la fe y la confianza en que su mamá estaría siempre
pronta a socorrerlo en momentos de prueba. En ese niño asustado por los
instrumentos de la pasión podemos estar nosotros en algún momento de nuestra
vida. Así como Él corrió a los brazos de su madre, así también podemos nosotros
correr hacia ella, confiados en obtener una mano salvadora, porque en esa mano
grande de nuestra Madre cabemos todos.
El
icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro no es un adorno sino un mensaje.
Es una catequesis del misterio central de nuestra fe. Los diversos elementos
que aparecen en él nos hablan de Dios entre nosotros, del camino de la cruz, de
la intercesión amorosa de María, de la gloria y la luz (color dorado del
fondo).
María
estuvo presente durante toda la vida de Jesús: cuando dijo el sí de la
encarnación (Lc 1,26-38) y asumió el compromiso de participar en la obra
salvadora. Cuando se convirtió en discípula y caminó con él hasta el final,
inclusive en el momento de la muerte, junto a la cruz, al lado del discípulo
amado (Jn 19,25-27). Cuando, en actitud de oración con los demás discípulos,
recibió el Espíritu Santo y empezó la nueva etapa de la Iglesia. (Hch 1,12 -
2,12) y, por supuesto, durante estos dos milenios de historia eclesial.
Aunque
la figura más grande en el icono es María, ella no constituye el punto focal
del cuadro. El centro es el encuentro de su mano con las manos del niño y la
manera como ella señala que su hijo es Jesucristo, el Hijo de Dios que ofrece
la vida por todos nosotros.
Se
trata de un icono mariano que “indica”. Por eso recibe también el nombre de
“Hodiguitria” es decir la que indica el camino hacia Jesús: “Hagan lo
que Él les diga” (Jn 2,5). Con su mano nos está diciendo que Él es el
camino la verdad y la vida (Jn 15,6). El niño aparece como víctima que se
ofrece, al igual que en la presentación en el templo (Lc 2, 22-40). La actitud de la madre nos recuerda que ella,
la buena Madre y la fiel discípula que estuvo junto a la cruz (Jn 19, 25); pero
no doblada por el sufrimiento sino en pie, fuerte y valiente.
El
conjunto de la composición acentúa la realidad del dolor, como se nota en el
rostro de la madre, en el movimiento brusco del niño y en los instrumentos de
la Pasión. Pero se resalta a la vez, el triunfo de Cristo en el
dorado del fondo y en el modo como los ángeles llevan los instrumentos de la
pasión: más que como una amenaza, como un trofeo, como si lo hubieran tomado
del Calvario la mañana de Pascua.
El
icono del Perpetuo Socorro invita a la oración porque es una breve síntesis del
misterio de salvación. Ahora se entiende por qué muchas personas dicen
que les gusta rezar el rosario delante de este icono: porque ven en él no sólo
a la Virgen María que acompaña la vida y la plegaria, sino también los
misterios de la vida de Cristo.
A los misioneros redentoristas nos acompaña este icono
desde enero de 1866 cuando el Papa Pio IX nos lo entregó a manos del
coordinador general el Pbro. Nicolás Mauron, con un encargo muy
concreto: “denla a conocer por todo el mundo”. Así como el discípulo la
recibió en su casa, con gozo y responsabilidad, hemos llevado a cabo la tarea
de recibir y anunciar la Buena Nueva, utilizando como recurso pedagógico este
hermoso y significativo icono de nuestra Madre.
Al
contemplar hoy la difícil realidad que nos ha tocado vivir (tiempo de PANDEMIA
y de COVID-19) reflejada en este icono, nos podemos asustar como el niño, ante
los signos de la pasión, pero tenemos que continuar confiados en su compañía
durante toda nuestra vida, pues ella sigue en nuestra casa como amiga,
compañera de camino, Madre amorosa y Perpetuo Socorro.
Mt 20, 1-16.
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