Por
P. Wilkin
Castillo, San Juan de la Maguana
En este Vigésimo
Primer Domingo del Tiempo Ordinario la Iglesia
nos invita con el salmo a gustar y ver qué bueno es el Señor y con Josué
y su familia en la primera lectura elegirle a él y servirle de corazón, todo
esto provoca en nosotros una alegría y gozo verdadero que el mundo, nada, ni
nadie nos puede dar ni nos lo puede quitar.
En el Evangelio
apreciamos que, en aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
“Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” Nosotros los seres
humanos les corremos a los compromisos y aquellas cosas que ameritan de un
esfuerzo grande nos resistimos a enfrentarlas, es el caso en cuestión de los
amigos de Jesús y de sus seguidores ante las palabras reales y dolorosas que
Maestro les ofrece.
Esta actitud de
Jesús me recuerda la frase clásica que dice: “Es mejor una verdad que te
haga llorar y no una mentira que te haga reír.”
Adivinando Jesús
que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto los hace vacilar?, ¿y si
vieran al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da
vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y
vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen.”
Que difícil convencer al ser humano, el mismo
Jesús lo deja entender mas arriba al expresar que las palabras que él les ha
ofrecido son espíritu y vida y aun así no acaban de entender, creer ni
convencerse del proyecto que Jesús le propone. Es decir, son palabras poderosas
y bien argumentadas las que comparte Jesús con los suyos y que difícil de
lograr que estos se apasionen, bajo el postulado que solo los apasionados están
dispuestos a morir por una causa justa y justificada.
Pues Jesús sabía
desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por
eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir
con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren
marcharse?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
consagrado por Dios.”
Simón Pedro pudo
leer entre líneas que las palabras de Jesús realmente son espíritu y vida y por
eso con mucha propiedad llego a decir convencido: “Tú tienes palabras de
vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por
Dios.” Solo una persona que ha tenido un verdadero encuentro con Dios y
con su santa palabra, es capaz de afirmar, defender y propagar a todo pulmón
que Jesús es el Santo consagrado por Dios.
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Wilkin
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