Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
Estamos en el Domingo XXV del Tiempo Ordinario y Seguimos avanzando en la profundización de la palabra, haciendo un énfasis mayor en este mes de noviembre dedicado a la Santa Biblia, es un regocijo el que tengamos la oportunidad de vernos cara a cara con la palabra de Dios, pues en la misma se nos hace una invitación puntual a un cambio de vida serio y en compromiso cristiano.
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.” Hoy contemplamos a Jesús bajar de la montaña en compañía de los suyos, en este recorrido atravesaron Galilea, aquí nos damos cuenta que era más el interés de Jesús por instruir a los discípulos que el que la gente supiera que estaban pasando por allí. Se cumple lo que la misma palabra dice que hay un tiempo para cada cosa, ahora no era momento para estar con la gente, sino más bien acompañar e instruir a sus amigos.
Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.” Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Aunque los discípulos en ese momento no entendían las palabras de Jesús en torno a su muerte y resurrección, él no dejaba de hablarle del tema, al parecer lo estaba preparando para lo que más tarde cambiaria la vida de sus discípulos, quienes experimentarían mucha incertidumbre, miedo, confusión, asombro.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Jesús no pierde de vista a sus discípulos y estás muy atento a todo lo que ellos realizan. Los discípulos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. En la vida muchas veces perdemos el tiempo en cosas que no nos benefician en nada, sino más bien son actitudes y acciones que hablan mal de nosotros.
Fue lo que motivó a Jesús a sentarse y llamar a los Doce y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.” Allí radica la grandeza de todo hombre y de toda mujer, aprender a ser último y servidor de todos, sin esperar recompensa. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.”
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