25/10/2024

AL BORDE DEL CAMINO

 Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Seguimos avanzando en este itinerario de fe y encuentro con Dios y ya nos encontramos en el Domingo Trigésimo del Tiempo Ordinario (XXX), Dios sigue estando grande con nosotros al favorecernos con su Santa Palabra y con la Eucaristía testamento de su amor infinito, seguimos orando y trabajando para que más hermanos se acerquen a nuestra comunidad parroquial y puedan vivir su fe con Dios de una manera extraordinaria y especial.

 En el Evangelio de hoy encontramos que: “En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.” Dos imágenes importantes que vale la alegría profundizar y sacar una enseñanza de ellas, lo primero el ciego estaba sentado al borde del camino, posiblemente estaba al borde del camino por ser ciego evitando obstaculizar el camino y librarse de algún atropello por aquellos que recorrían dicho camino, quizás si Bartimeo gozara de una buena visión estaría en el camino recorriéndolo, sin miedo y avanzando por el mismo.

Sería bueno preguntarme, cuantas veces yo me he sentido como el ciego Bartimeo, al borde del camino, sin fuerzas, sin esperanzas, sin horizonte, perdido, confundido y cargado.

La segunda imagen es que el ciego pedía limosna, precisamente lo hacía porque tenía una ceguera en su vista y no le permitía trabajar y ganarse el pan de cada día con su fuerza, lo hacía por necesidad, para sobrevivir, que alegría saber que Dios nos ha bendecido y que a diferencia del ciego no tenemos que pedir limosna, es una gracia el que tengamos salud, disponibilidad y el deseo de avanzar por la vida.

Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.” El ciego pudo oler a distancia la presencia agradable de Jesús y con fuerza empezó a gritar: “Hijo de David ten compasión de mí.” El ciego sabía frente a quien estaba y estaba seguro que esa era su gran oportunidad y por esto su grito llevaba la confianza y la seguridad de que Jesús tenía el poder de devolverle la vista, ya que él tenía la fe y el Señor la autoridad para favorecerlo con su petición.

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí.” El regaño sale de aquellos que no saben ser empáticos y no les importa la situación de miseria, necesidad y pesadumbre por la cual esté pasando un hermano. El regaño sale de aquellos que quieren opacar y callar la voz de los que no tienen voz, de aquellos acomodados y que se benefician casi siempre del poder político y social que se da en su entorno.

 Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo.” Jesús nunca pasa de largo, siempre se detiene y este detenerse y llamarlo da a este ciego un valor incalculable frente a la multitud y sobre todo frente a aquellos que insistían con fuerza para que se callara. Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama.” Aquí cambia el lenguaje de manera total, es decir, se pasa de un lenguaje de rechazo y de negación por parte de los presentes a un lenguaje de acogida y hermandad.

El ciego soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Esta dinámica de soltar el manto, dar un salto y acercarse a Jesús denota sin más liberación, sanación, alegría, seguridad y confianza por parte del ciego y ya a nosotros nos da muestra de que allí algo grande y maravilloso iba a suceder.

Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” Esta actitud de Jesús demuestra la calidad del trato para con el ciego y tira en cara la manera inhumana de los presentes frente al ciego, quienes los rechazaban y querían que se callara. El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver.” Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado.” Quizás la necesidad del ciego en ese momento era ver de manera física, quizás la necesidad tuya es ver ahora de otra manera, espiritualmente, ver realidades divinas, experiencias de fe, encuentro de intimidad con el Señor.

 Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. En toda curación al final se quiere que la persona que recibe esta gracia por parte del Señor se integre en la comunidad y haga vida cristiana en ella.

“SER GRANDE Y PRIMERO”

XXVII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

XXVI Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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