AIRE96FM

07/07/2025

La edad es lo de menos, pero, es significativa. Se llamaba Matteo Balzano

 Tenía 35 años

Cristina Inogés Sanz. Fuente: vidanuevadigital.com

La edad es lo de menos, pero, es significativa. Se llamaba Matteo Balzano y era el vicario parroquial de Cannobio, un pueblo de la diócesis de Novara en Italia. Un sacerdote anónimo hasta ahora que, por desgracia, ha saltado a los titulares por haberse suicidado. Un suceso terrible. Impensable lo que habrá tenido que pasar este hombre hasta llegar a tomar y ejecutar esa decisión.

En este caso la diócesis, con el obispo a la cabeza, ha decidido no esconder la terrible realidad que ha dejado a la parroquia sumida en el estupor. Ni pensar cómo estará la familia. ¿Buena decisión por parte del obispo que, en definitiva, es quien ha decidido al final? Diría que más que buena, buenísima por varias razones y aunque suene raro.

El suicidio no es ajeno al clero. La vida aprieta en muchos sentidos hasta no ver salida posible y, el clero está formado por personas sujetas a las mismas realidades que cualquiera.

Lo más habitual es buscar excusas que terminan siendo patéticas y muy dañinas antes de afrontar esta realidad y, más, cuando al final se acaba sabiendo la verdad envuelta en la “sotto voce” de la murmuración y los añadidos de quienes, bajo la premisa de ‘te lo cuento en confianza, no comentes’, terminan creando –inventando- una historia más terrorífica de lo que en realidad ya es. La nota de la diócesis ha terminado con los rumores antes que empezaran.

¿Por qué negarlo?

Negar que un sacerdote se ha suicidado y recurrir al socorrido infarto, no deja de enviar un tan peligroso como poderoso mensaje a otros sacerdotes que estén pasando por un mal momento. Porque vienen a interpretar que a nadie le importa su drama ni después de muertos y que lo importante sigue siendo el buen nombre de la institución. Un suicidio no es solo el terrible final de una persona, sino que es responsabilidad de todos, y en la Iglesia todavía nos falta la sensibilidad suficiente para pensar que un sacerdote puede necesitar ayuda muy especializada en un momento determinado.

¿Pudo dar señales que algo le sucedía o, por el contrario, aguantó porque nadie le enseñó a pedir ayuda? ¿Nadie percibió su dolor, su soledad, su miedo, o es que le dijeron que un sacerdote no puede mostrar fragilidad? Por eso es tan importante no esconder el suicidio de un sacerdote, porque puede pasar y, de hecho, pasa por desgracia. Nos tiene que hacer pensar a todos.

Alguien que decide ser sacerdote, no puede ser preparado para aguantar, para entregarse a la Iglesia hasta el sufrimiento y la soledad insoportable. Conformarse ‘in persona Christi’, no es eso. La salud mental y emocional del clero debería ser una cuestión primordial. Aunque la formación recibida en los seminarios debe ser revisada en su totalidad y urgentemente, no siempre es la única cuestión.

Es la propia estructura de un modelo ministerial que no sirve ni para la sociedad ni para la Iglesia del siglo XXI. Hasta que no nos creamos eso en serio, no servirá de nada aconsejar que, cuando la vida parece oscurecerse (que se oscurece de verdad), hay que apoyarse en la oración. La oración es algo más bonito y profundo como para convertirla en un recurso de chamán de tribu.

Ya advierte el evangelio que un ciego no puede ser guía de otro ciego por eso, cuando un sacerdote necesita ayuda, no siempre otro sacerdote es la mejor solución. No es bueno que un sacerdote que se atreve a pedir ayuda, sea dirigido hacia un terapeuta concreto ‘porque es de confianza de la diócesis’. En algunas diócesis eso sucede. La elección debe ser libre porque habrá que bucear en lo más íntimo de la persona y, esa inmersión debe ser acompañada por quien libremente se decida.

Saber que un sacerdote se ha suicidado, con todo el dolor que genera al igual que el suicidio de cualquier persona, debería hacernos reflexionar y no buscar en el clero la versión cotidiana y cercana de Superman. La sotana o el clergyman ni tienen ni otorgan poderes superhumanos. Tampoco la imposición de manos en la ordenación convierte a un hombre en héroe, ni la tan peligrosa ‘paternidad espiritual’ le hace estar por encima y a salvo de los vaivenes humanos. Solo entender que, antes que nada, son hombres, será ya un gran avance.

Hoy por hoy, el suicidio de un sacerdote debería ser una tremenda sacudida sobre lo mucho que nos falta por abordar en la Iglesia. Descansa en paz, Matteo.

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