Por P. Luis Rosario
Adivina, adivinador, ¿cuál crees tú que es el pecado más grave
que se comete? -“No me hablen de pecado. Es más, no voy a seguir leyendo”. Ten
paciencia conmigo hasta que termines de leer. Acepta el desafío.
Me parece que uno de los
pecados más graves de la humanidad es haber inventado las armas, y peor
todavía, seguir usándolas. ¡Qué exagerado! Pero bueno, ¿y eso? ¿A quién se le
ocurre?
No comprendo cómo la gente
se puede habituar a codearse con las armas, sin que le dé
“tiriquito”, repugnancia; peor todavía, cómo se pueden ufanar de tener en
la cintura una pistola o disponer de una ametralladora. ¡Cosa más grande,
chico!
Son muchos los que al amparo
de la ley, o en forma ilegal, han hecho de las armas su seguridad. Vale la pena
soñar un mundo diferente, movido por el respeto y la fraternidad, no por las
armas o el poder del más fuerte. Calificar este sueño de romántico y fuera de
la realidad, equivale a una justificación de las armas. ¿Sí o no? Dímelo.
No sólo las armas que están
en manos de particulares constituyen una amenaza para la convivencia humana;
son todas, no importa en las manos de quién estén, pues disparan con la misma
capacidad para segar la vida, aunque sea un niño el que apriete el gatillo.
Es la conciencia moral la que
se pone en entre dicho cada vez que se fabrica, se vende o se usa un
arma. El imperativo categórico de cada corazón humano, que ordena amar y hacer
el bien, es silenciado por cada potencial disparo capaz de eliminar la
vida.
En este asunto hay que ser
radical. Si uno está a favor de la vida, debe oponerse a todo lo que atenta
contra ella. Está claro que el pecado hay que buscarlo en el corazón. Si se
fabrican y se usan armas es porque hay un desorden espiritual; y a un pecado
interno se le añade otro con esos instrumentos de muerte.
La clave de solución está en
convertir el corazón hacia Dios, que es amor, y hacia el prójimo. Sólo entonces
se hará realidad el sueño del profeta Isaías. Unos ocho siglos
antes de nuestra era cristiana este profeta soñó que las armas
serían transformadas en arados. ¡Sueño feliz!
El hambre azota al mundo y
las millonadas que se gastan en armas deben ser canalizadas a la agricultura,
la vivienda y la salud, para que los seres humanos puedan vivir como gente, con
dignidad. ¿Oíste?
Los instrumentos de guerra
hay que fundirlos y convertirlos en arado, antes de que se le funda la mente a
los seres humanos y se oxiden los sentimientos. ¡He dicho!
Tomado de: Listín Diario
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