Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla
El autor es, Juez del Tribunal Eclesiástico
Cuando al papa Francisco se le preguntó en la Jornada Mundial de Juventud en Cracovia (2016), si iba a estar presente en Panamá, su respuesta sabia fue: “Yo no sé, pero Pedro seguro va a estar…”. Y así fue. Ahí estuvo Pedro desde el jueves 24 al domingo 27 de enero. Panamá, capital de tierra firme, acogió a cientos de miles jóvenes de los cinco continentes que vibraban de alegría en el país centroamericano.
El Romano Pontífice tuvo diez encuentros, pero sólo seis de ellos giraban, propiamente en torno a la Jornada Mundial de la Juventud, los otros cuatro fueron encuentros colaterales, aprovechando la presencia del vicario de Cristo.
La Liturgia Penitencial, el Santo Vía Crucis, la Vigilia y la Santa Misa de clausura, son los momentos trascendentales de la Jornada.
La ceremonia de acogida y de apertura fue una invitación a ser testigos del Evangelio. El sacrificio hecho para llegar a Panamá ha de traducirse en alegría, un caminar juntos, en artesanos de la cultura del encuentro. El amor de Cristo nos apremia (cf. 2Co 5,14). El desafío es amar con el mismo amor que nos ha amado. No tengan miedo de ese amor que se gasta la vida.
El la Liturgia Penitencial, el Santo Padre, Francisco, recordaba la sensibilidad de Jesús al acoger y compartir con los pecadores, algo que sus adversarios criticaban. La condición para ser recibidos por el Maestro es sentirse pecadores. El papa insistía en el peligro de cultivar el chisme, que genera división, odio, reproches, condena. Jesús no acepta la cultura del adjetivo, pues descalifica a la persona.
El Santo Vía Crucis, realizado en el Campo Santa María la Antigua, afirmaba, el guiador de la barca de Pedro, que el camino de Jesús hacia el calvario es un camino de sufrimiento y soledad que continúa en nuestros días. El desafío es vencer el conformismo que paraliza. Cuantos jóvenes han dejado de soñar, de crear e inventar. El vía crucis de Jesús se prolonga en el grito de nuestra madre tierra, herida por la contaminación de sus cielos, la esterilidad de sus campos y la suciedad de sus aguas. Se prolonga, sin aparente detenimiento, en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y de conmoverse ante el dolor.
Durante la Vigilia en el Campo San Juan Pablo II. El vicario de Cristo hizo una analogía del Árbol de la Vida y la nuestra. Jesús quiere echar raíces en la tierra de cada uno. Jesús abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e incluso abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando. Solo lo que se ama puede ser salvado. No tengamos miedo de abrazar la vida, de cuidar las raíces y sea capaz de decir como María: ¡Hágase según tu palabra!
Finalmente, en la Santa Misa de clausura, el papa Francisco, utilizó el texto del domingo III del Tiempo Ordinario, Lucas 4, 20-21: “Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Es el comienzo de la misión pública de Jesús. Los vecinos de Nazaret se muestran indiferentes ante Jesús, pues lo vieron crecer, y con su actitud intentan domesticar la palabra de Dios. Desean un Dios que no incomode, un Dios domesticado, que sea bueno, generoso, pero que se mantenga distante, que deje las cosas como están. Todo lo contrario, Dios es, amor concreto, real y cotidiano.
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