Como en
la parábola del “banquete de bodas” (Mt 22, 1-14), los discípulos estaban en la
fiesta de Jesús, pero no tenían el traje apropiado. Les faltaba el vestido de la Palabra y de la
fe, pero una fe entendida como adhesión al proyecto de Jesús que implica ver,
creer y hacer. Esto lo confirma Mateo
25, 31-46 cuando quienes son juzgados preguntan “¿cuándo te vimos hambriento y
te alimentamos, sediento y te dimos de beber…?” La respuesta es contundente:
cuando hicieron algo por los “hermanos menores” (Mt 25,40).
Los
discípulos cambian de actitud. Están
llenos de optimismo y de valor.
Proclaman abiertamente a todo el pueblo que al hombre que crucificaron y
dieron muerte Dios lo resucitó (Hc 2, 23-24).
La cruz, que era motivo de vergüenza, ahora es objeto de redención. Las calles, que eran motivo de temor, ahora
son escenario de predicación. Lo que
habían visto, ahora lo creen y lo hacen vida.
Por eso Pedro le dirá al paralítico: “No tengo plata ni oro, pero lo que
tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina. Y tomándolo de la mano derecha lo levantó. De inmediato se le robustecieron los pies y
los tobillos, se levantó de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el
templo, paseando, saltando y alabando a Dios” (Hc 3, 5-8).
La Pascua
es tiempo para ver creyendo y para creer haciendo. Es tiempo de hacer algo por los demás. Recojan, que es tiempo de reconstruir las
ruinas de una humanidad que tanto necesita la alegría, la esperanza y la vida
pascual.
RESURRECCIÓN COMUNITARIA Y MISIONERA.
Toda
la alegría y el optimismo de los discípulos tenía una razón: Jesús se les
apareció, los reunió en comunidad y los envió a la misión. Como hemos estado el padre José Alberto
Vargas Salazar, y este servidor de ustedes, junto al diácono Rogelio Cabrera,
los seminaristas Franklin Camacho y José Mercedes y los distintos líderes esta
Semana Santa en misión en las parroquias Nuestra Señora de América Latina, San
Juan Diego y San Martín de Pobres, en Sabana Perdida (Santo Domingo Norte).
Diciéndole a los demás que “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la
cumplen” (Lc 11, 28).
Las
apariciones confirman que el crucificado es el resucitado y, por tanto, que el
proyecto de Jesús no ha muerto; su continuidad es tarea de hombres y mujeres,
quienes, convocados por Jesús y animados por el Espíritu Santo, podrán a través
del lenguaje del amor, la justicia y el respeto a la diferencia, ser escuchados
y comprendidos por toda la humanidad (Hc 2, 6-11).
Las
intenciones de Jesús en todas sus apariciones demuestran veladamente, un
sentido de comunidad y de misión. Por
eso, todo encuentro con el Resucitado implica comunidad, discipulado y
misión. Para realizar este mandato
misionero, la Iglesia no se encuentra sola; es animada por la fuerza del
Espíritu (Lc 24, 48-49), la escucha de la Palabra (Lc 24, 13-27, el pan de la
Eucaristía (Lc 13, 28-32) y la presencia indefectible de su Señor (Mt 28, 20).
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