22/06/2019

La envidia, ni tenerla ni temerla

Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla
El autor es, Juez del Tribunal Eclesiástico

El sentimiento negativo de la envidia, pecado capital, crea serios obstáculos para una sana convivencia. Impide reconocer las cualidades humanas, espirituales y profesionales del otro. Además puede despertar el deseo de querer poseer lo que el otro ha adquirido con su propio esfuerzo. La envidia se concentra sobremanera en mirar lo del otro, y esa actitud obsesiva, perdemos tiempo en mejorar nosotros para alcanzar aquello que anhelamos como entes sociales.
Algunos psicólogos afirman que el sentimiento de la envidia es un complejo de inferioridad y de rivalidad: “La envidia instaurada en el carácter del adulto es, por lo general, una reacción ante las experiencias de  pequeñez y desvalimiento de la infancia” (Cfr. Ramón Menéndez Pidal).
Un niño no valorado, maltratado física y psicológicamente, puede resultar una persona envidiosa, entre otras actitudes negativas que pueden devenir.
La envidia es mal agüero, porque estropea y, en ocasiones, anula completamente el placer de la admiración, el gozo de la amistad, la utilidad del compañerismo y la solidaridad, el júbilo por los logros alcanzado de otros, la contemplación de la belleza, de la habilidad, del ingenio y, también a veces, el simple deseo de emular al mejor (Cfr. Cecilio Paniagua).
De este terrible sentimiento de la envidia, se desprenden: la mentira, la traición, el odio, la calumnia, la intriga y el oportunismo.
El que miente niega la verdad de un hecho o una realidad; se convierte a la vez en un acto de traición, pues siempre debemos lealtad, sinceridad y honestidad a los amigos y a aquellos que mantienen vínculos con nosotros, de un modo u otro. La calumnia, -expresaba recientemente el Romano Pontífice, Francisco- ejerce una fuerza destructora, a la que consideró “algo más” que un pecado porque nace del odio y busca destruir la obra de Dios en las personas. El odio es la obra de Satanás. 
Donde quiera que hay enredos, embrollos, y malos entendidos, hay en el fondo una sutil intriga. El envidioso los provoca.  Cuando quiere conseguir algo lo busca con inteligencia y astucia, ocultando lo que realmente persigue. El envidioso, por último es, oportunista porque se aprovecha de los errores, las debilidades y distracciones de otros. Difícilmente pueda trabajar en equipo una perdona envidiosa, pues quiere su éxito, en desmedro del resto de los que integran el Equipo.  Es un martillo destructor, si  les permitimos avanzar en el tejido  social y la vida comunitaria.
Como hemos podido ver, un pecado desemboca, penosamente, en otro tipo de pecado. Quien siente envidia, quiere evitar el éxito ajeno.  La envidia también puede ser definida, como la tristeza por el éxito ajeno, y la alegría del fracaso ajeno.
El ilustre filósofo y pensador Miguel de Unamuno, se refirió a las connotaciones negativas de la envidia, acuñando la siguiente frase: “La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual”.
Las personas envidiosas tienen personalidades poco integradas en las que predomina una disociación esquizoparanoide. “Ponen lo malo afuera y lo bueno dentro de sí”.
Para vencer a la envidia lo primero es reconocer el sentimiento. “Cosa que es muy difícil porque este sentimiento rara vez se reconoce en sí mismo – dice Pugliese-. Es inconfesable. Pero, si una persona pudiera darse cuenta de sus críticas constantes a los demás, su escasa productividad, el tiempo que pasa mascullando situaciones interpersonales, conflictivas, quizás estaría en mejores condiciones de pedir ayuda profesional y espiritual que le posibilitarían un cambio de actitud frente a los demás”.

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