P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
Casi termina la Cuaresma y entramos pronto a la Semana Santa. Pasaremos entonces del proceso del ayuno, la oración y el sacrificio, para vivir la experiencia de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Volveremos a observar cómo el amor se hace cruz y como la cruz nos regala el gesto más puro del amor divino hecho humano. Mientras que en la Cuaresma aprendimos que debemos transformar el corazón, purificar nuestra vida y reconocer nuestras debilidades, en la Semana Mayor nos preparamos para experimentar cómo Dios ha tenido compasión y misericordia con el ser humano.
Hay que dejar claro que la Cuaresma tiene una finalidad: llegar a la Pascua, encontrarse con el Resucitado, vivir la experiencia de la nueva vida, una nueva alianza y reconocer que la última palabra no es la muerte sino la vida. Por eso la fe cristiana está fundamentada en la esperanza, así como Adán y Eva nos robaron la Gracia dada por Dios en la Creación, por medio de Jesucristo se nos devolvió la amistad con Dios. Es decir, la Cuaresma tiene sentido porque existe la Pascua, y la Pascua completa su valor porque podemos transitar por la Cuaresma para darle al corazón la pureza original.
Cruz y esperanza, son cara de una misma moneda, porque Dios nos ha querido salvar sin evadir el dolor, ensuciándose las manos, pasando por las mismas situaciones amargas que todos tenemos que afrontar. Lo ha hecho por amor y por la humanidad, porque al experimentar la misma realidad que nosotros, nos quiso enseñar con el ejemplo, con su vida, con su muerte. Lo que significa que Dios nos amó de cerca, junto a nosotros, no desde un trono, apartado de nuestra realidad, ni ignorando nuestros sufrimientos.
Aprovechamos la proximidad de la Semana Santa para reflexionar, para encontrarnos con nuestro yo interior, para darnos cuenta de que la cruz no es perdición, tampoco fracaso ni mucho menos maldición. Elevemos mejor nuestra mente para agradecer la bondad infinita del Todopoderoso, que nos sanó y luego nos salvó. En otras palabras, en vez de tomar este tiempo que se avecina para vacacionar, disfrutando conociendo nuevos lugares, esmejor miremos la cruz, la entrega generosa de Jesús por nuestros pecados y hagamos el propósito de mejorar nuestra vida, no para el beneficio de los demás, sino como proyecto de vida para alcanzar la santidad.
En resumen, abracemos nuestras cruces. Descubramos el misterio de redención que esconde el madero que vio morir al hombre que cambió la historia. Aprendamos a interiorizar y a captar cómo el dolor y la derrota “aparente” de Jesucristo, lograron devolverle a la humanidad el verde de la esperanza, cómo Dios engañó a Satanás al entregar su único Hijo por nosotros para recuperar lo que habíamos perdido al principio de la Creación. Hecho esto entonces, cambiemos de mentalidad y comencemos a vivir como verdaderos hijos de Dios. Seamos capaces de descubrir la esperanza que esconde todos los momentos amargos que tenemos que experimentar día a día. Por consiguiente, en vez de llorar y vivir sin rumbo, que nuestro rostro se ilumine en agradecimiento Dios por tomar nuestra miseria y volverla misericordia.
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