Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
Hoy día internacional del maestro(a), es oportuno agradecer a Dios por todos los bienes y favores recibidos a lo largo de este año y en el marco de esta semana de regocijo magisterial, por concedernos el maravilloso e incomparable don de ser docente.
Qué bueno que nosotros como maestros nos hemos organizado bajo el postulado que organizados y unidos somos más fuertes. Es justo reconocer la labor insustituible que desempeñamos como maestros, la tarea de formar y educar.
Ser maestro es una vocación de servicio. Ejercemos nuestra profesión con convencimiento y pasión todos los días, no solo para transmitir nuestros conocimientos a los estudiantes, sino también para enseñar a construirlos.
Un verdadero maestro ayuda siempre con una sonrisa y con voluntad sincera, transmite su estado de ánimo a sus estudiantes y no solo infunde conocimientos en ellos, sino también valores. El maestro los ayuda a construir una imagen positiva de sí mismos para fomentar una autoestima sana que estimule las ganas de aprender y ser ciudadanos con pensamientos críticos.
Como dijo el escritor colombiano Samuel Arango: “Un buen docente tiene conciencia de que el mejor y casi único proceso de paz que vale la pena es educar”. No se es maestro para vivir, se vive para ser maestro. Solo aquel que vive para los demás podrá ser llamado maestro. El gran historiador y novelista Henry Adams dice: “Un maestro trabaja para la eternidad. Nadie puede predecir dónde acabará su influencia”.
Particularmente quien les habla, después que formo parte de este de esta asociación de maestros y ver cuál es el trabajo y el compromiso asumido, valoro más la vocación de maestro, su esfuerzo y sacrificio, el maestro es un fajador, una persona ocupada 24/7 con poco tiempo para dedicárselo a él, ya que la mayor parte de su tiempo lo pasa en la escuela y cuando está en la casa su mente está en la escuela, es la pura realidad.
Hago un llamado a los padres conscientes de que también muchos maestros son padres, para que hagan un mayor esfuerzo por educar en la casa a los hijos, para que cuando lleguen a la escuela el maestro no se vea en la necesidad de hacer un doble trabajo al momento de educar y tenga que asumir lo que le corresponde a él como maestro y lo que le correspondía al padre y a la madre en la casa.
Valoremos nuestros maestros, respetemos nuestros maestros, ellos nos dan lo que nadie puede darnos y con la calidad que solo ellos saben dar, por su preparación, esmero y dedicación a lo largo de nuestra vida. Un maestro es un segundo padre, tratémoslo como tal.
Centrándome un poquito en el Evangelio de Marcos 1,21-28, quiero sacarle provecho a algunos elementos de este pasaje. Lo primero es detenernos un poco cuando se nos dice que Jesús entro a la sinagoga al templo y se puso a enseñar, él era experto enseñando, su vida fue una constante enseñanza, enseñaba con sus palabras y con sus acciones, en palabras llanas, tenía coherencia de vida.
La gente se asombraba de su enseñanza, eso somos nosotros, debemos provocar mientras enseñamos que los demás se sorprendan de lo que enseñamos, hasta que no provoquemos asombro en los demás nuestra enseñanza no va a producir cambio de vida en los demás, si enseñamos y los demás se quedan fríos y estáticos debemos cambiar la pedagogía y la manera de enseñar.
La gente notaba que enseñaba con autoridad, quien no tiene autoridad al momento de enseñar debe revisarse y trabajar esa parte en su proceso de aprendizaje y enseñanza, quien tiene fuerza en su discurso, en su palabra y la expone y la defiende con altura en el escenario que sea ese tiene autoridad al hablar y al enseñar.
La gente decía: “¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva! precisamente es lo que exigen los nuevos tiempos y las nuevas generaciones, el mundo cambio y hay que cambiar la manera de enseñar, tanto a nivel practico como a nivel de contenidos, ahora no es decir muchas cosas, sino hacer muchas cosas, con los alumnos que son los protagonistas del proceso de enseñanza y aprendizaje, en fin, ahora es aprendiendo, haciendo.
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