P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
Jesús nace en el frío, en la soledad de la noche, en la oscuridad de la vida. Su Encarnación se efectúa, desde el punto de vista de la naturaleza, en el tiempo donde los árboles se quedan desnudos a causa del otoño y de la llegada del invierno. El Hijo del Rey del Universo, el primogénito de todo lo creado, en el cielo y en la tierra, crece en la humildad, en un pequeño pueblo de Nazaret de Belén, en un corral de animales.
Dios nos sorprende a todos, nos deja sin palabras con sus acciones, y su lógica no es entendida por la nuestra. Pues, ante el nacimiento de Jesucristo, aparecen muchas preguntas que merecen respuestas: ¿cómo es que Dios siento el Todopoderoso, permite que su propio Hijo nazca en la miseria?, ¿por qué no nació Jesús en un palacio real o en una cuna de oro?, ¿a qué se debe la persecución que sus padres, María y José, tuvieron que vivir a lo largo de sus primeros años de su niñez?, ¿qué buscaba Dios, cuando permitió que su Hijo naciera en la pobreza y no en la riqueza, como lo esperaban los judíos?
Las respuestas a esas preguntas anteriores se encuentran de manera general en lo expresado en el libro del Isaías 55, 8 cuando el profeta afirma: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos”. En otras palabras, el plan de Dios no depende de nuestros criterios humanos; no hay necesidad y tampoco debe serlo, de que Jesús tuviera que venir como nosotros lo imaginábamos. Además, recordemos lo que dice la santa Teresa De Jesús: “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Es decir, es capaz de utilizar lo que humanamente es imposible o difícil de creer y hacer maravillas ante nuestros ojos.
Ahora bien, la gran enseñanza de todo esto es el hecho mismo de ver más allá de lo puramente observado desde lo material, y enfocar nuestra mente en lo sublime de Dios. Pues, el gran valor del nacimiento del Hijo de Dios es justamente que teniéndolo todo, decida nacer sin nada y se someta a las leyes humanas, e incluso, todavía más, tomar la decisión de habitar en el pecado sin ser pecador.
Dios ha cambiado nuestra lógica con su lógica de amor. Lo esperábamos con un espectáculo, anunciado con bombos y platillos, entre luces y fuegos artificiales, pero prefirió nacer en el anonimato, sin llamar a la atención; fue esperado por unos pocos e ignorado por muchos. Sin embargo, al final, nos ha enseñado a valorar lo mucho en su nada, nos hizo ser agradecidos con lo que tenemos cuando se presentó en nuestro mundo carente de lo básico para vivir. Por eso, con su pobreza, nos ha enriquecido; ha hecho que elevemos nuestras miradas al cielo y seamos capaces de reconocer que para tenerlo todo, hay que quedarse sin nada, para luego encontrarse con Dios, que es nuestro todo, en medio de nuestra nada.
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