P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
Estamos en la época del ocio, donde el afán se centra en buscar más espacio con el fin de tener mejores entretenimientos…. Cuando antes, era todo lo contrario, se descansaba para trabajar; hoy se trabaja para descansar. La visión ha cambiado, ahora la vida no se tiene para vivirse sino para gastarse, para “aprovecharla” en caprichos, fantasías y meras superficiales. Claro, esto no incluye a todos los mortales, porque se sabe que aún existen personas que viven con calidad y respeto su propio tiempo.
Por eso, no se vive cuando no se cultiva el tiempo, cuando la mente, el corazón y el enfoque personal, solo siguen las corrientes de la moda, cuando se asume la expresión común: “¿Adónde va la gente?, donde va Vicente”. Es decir, la mayoría de las personas corren detrás de lo que está en boga, persiguen la bulla, la masa, y donde todo se define por la cantidad de apoyo recibido, y no por la conciencia de lo que se está realizando. En otras palabras, se parte de la lógica irracional de creer y afirmar que si mucha gente lo consume y lo prefiere, es bueno y recomendable.
Tiempo perdido, vida diluida, es precisamente en donde nos encontramos, porque los medios de comunicación, la farándula y todo un marketing de manipulación colectiva, persiguen a cualquier precio, reducir la vida a lo inmediato, a lo desechable. De aquí que comente el surcoreano Byung-Chul Han, en su libro “El aroma del tiempo”, lo siguiente: “…que en la modernidad, el tiempo se ha atomizado, perdiendo la continuidad, lo que nos deja en una sensación constante de urgencia y dispersión. También habla de cómo esta percepción fragmentada del tiempo afecta nuestra capacidad para encontrar significado y sentido en la vida”.
Entonces, como vivimos distraídos, decimos con seguridad que el tiempo es vida, perder el tiempo es dejar que poco a poco se vaya desramando nuestro ser. De aquí que regalar tiempo, o matar el tiempo, como suele decirse, en el mundo de la tecnología, en los pasatiempos sin control y sin medida, es suicidarse lentamente con la actitud y con la forma de encaminar la propia existencia. Diferente sería, quien reflexiona y reconoce que dentro de sus merecidas distracciones es necesario y oportuno, sacar un espacio para valorar y darle importancia al tiempo de calidad, con el propósito de no repetir errores y vivir con madurez las experiencias cotidianas.
En conclusión, el tiempo es nuestro mayor tesoro. Por eso Byung-Chul Han, sostiene de igual manera: “Que el tiempo, en su esencia, debería ser una experiencia que nos permita contemplar y conectar con el mundo, en lugar de simplemente ser un recurso que administrar para ser más productivos”. En otras palabras, este autor tiene una visión muy elevada del tiempo, una concepción que nos ayuda a verlo como un medio posible para alcanzar la felicidad, como aquella herramienta valiosa dada por Dios para realizarnos como seres humanos y como personas.
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