Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
Celebrar la Solemnidad de la Epifanía del Señor, conocida como día de los Santos Reyes, es una gran oportunidad que Dios nos regala, es vivir, recordar y celebrar ese gozo inmenso e incomparable que experimentaron los Reyes Magos de oriente, cuando se encontraron con Jesús, esa manifestación gloriosa y de luz que iluminó a todos los pueblos sin distinción de lengua, raza o cultura. Es la manifestación de Dios en todo su esplendor, es sin más un quitarse el velo y mostrarse a la humanidad tal cual es en su fragilidad y bondad infinita.
Nos dice el Evangelio: Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.” A inicio de este Evangelio nos encontramos con un dato interesante, es el hecho de que unos magos vinieran de oriente con el deseo de adorar a Jesús, este hecho nos deja claro que Dios es un Dios universal al manifestarse a los gentiles, es decir, a aquellas naciones y pueblos que no son judíos.
“Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.” El sobresalto del rey Herodes y de Jerusalén, muestra el egoísmo profundo y el miedo de perder el poder en el trono real, sólo aquellos que gobiernan como caudillos y apegados al poder terreno se sobresaltan frente a realidades divinas como estas. Ellos le contestaron: “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.”
Qué maravilla saber cómo Dios elige lo pequeño para engrandecerlo, lo insignificante para hacerlo extraordinario, aquello que a la vista del ojo humano tiene poco valor para darle un significado a grado sumo: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.”
“para Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo.”
Lo más repugnante, amargo y desagradable es cuando un corazón se aleja de Dios o peor aun cuando un corazón nunca ha estado cerca de Dios, me refiero al rey Herodes un verdadero sátrapa, irónico y déspota, sus intenciones estaban cargadas de un odio negro y amargo con relación a este niño Dios que acababa de nacer como una estrella y como una luz para toda la humanidad.
“Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.” La actitud de los magos es completamente opuesta a la del rey Herodes, Herodes quería matar al niño y ellos vinieron de lejos del oriente a adorarlo como el verdadero Rey.
“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.” Paradoja de la vida, lo que para el rey es símbolo y sinónimo de miedo y preocupación, para los Magos es motivo de júbilo y de fiesta, por eso al ellos ver la estrella y luego a Jesús cayeron de rodillas y se llenaron de inmensa a alegría.
Nosotros al igual que estos tres Reyes Magos estamos llamados a descubrir a Jesús como estrella de luz, aquella que nos guía, ofreciéndole todo lo que somos y tenemos y queremos, para poner a sus pies nuestra vida como sustitución del oro, el incienso y la mirra que regalaron los Magos a Jesús. “Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.”.
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