Por Leonor María Asilis Elmudesi
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El próximo miércoles 5 de marzo comienza la Cuaresma, un tiempo especial de gracia y conversión que conmemora los cuarenta días que nuestro Señor Jesús pasó en el desierto, previo a Su Pasión, Muerte y Resurrección. Nosotros, Sus discípulos, estamos llamados a seguir Sus pasos, con Él, por Él y para llegar a Él.
Contamos con numerosos elementos que nos ayudan en nuestro camino espiritual. El primero es la oración personal, un encuentro íntimo e insustituible de cada uno a solas con Jesucristo. El Espíritu Santo es el canal por excelencia que nos guía, acompaña y consuela. Nos descubrimos tal como somos ante quien más nos ama, y, sobre todo, Él se nos revela de forma especial e indescriptible, llenándonos de Su presencia.
La oración comunitaria, no menos importante, está ampliamente recomendada por el mismo Jesús. En Su Palabra nos asegura que cuando dos o más se reúnen en Su nombre, Él se encuentra en medio de ellos. Aquí se cumple el famoso refrán: «La unión hace la fuerza».
Hemos sido testigos de las maravillas que el poder de la oración puede realizar cuando brota del clamor de una red de orantes.
Oraciones especiales, como el rosario, constituyen un arma eficaz de intercesión que la Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra, nos entrega no para adornar, sino para que lo utilicemos, apelando a Su corazón maternal y meditando con Ella sobre los eventos más importantes en la vida de Jesús en la Tierra, que hicieron posible la victoria sobre la muerte definitiva.
También es importante mencionar prácticas que han sido tristemente olvidadas por muchos, pero que son particularmente queridas por Dios: el ayuno, la limosna y la penitencia. ¡La Cuaresma es el tiempo idóneo para poner en práctica estas acciones! Gracias al maravilloso sacramento de la reconciliación o confesión, recibimos el perdón, fortalecemos nuestra vida interior, nos santificamos y estimulamos nuestra voluntad hacia un acto de amor o de arrepentimiento.
Es lamentable que algunos, incluso católicos, desconozcan o desprecien este sacramento. Muchos alegan: «No confieso mis pecados a ningún hombre igual a mí, que puede ser igual o peor que yo». Quienes así piensan ignoran, para su desgracia, que quien perdona y actúa realmente en este sacramento es Jesucristo a través del sacerdote. No importa si dicho sacerdote es santo o no; lo que importa es que, por fe y la investidura de su sacerdocio, sabemos que es Jesús quien nos libera y ayuda con nuestras faltas.
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En el libro «La confesión frecuente», de Benedikt Baur, se profundiza en este tema, y hemos seleccionado esta frase para animarnos a acercarnos a este sacramento en este tiempo: «La confesión frecuente no mira solo hacia atrás, hacia lo que ha sido, hacia las faltas cometidas en el pasado; también mira hacia adelante, hacia el futuro. Aspira a construir, quiere efectuar un trabajo para el porvenir. Con su frecuencia, aspira al fortalecimiento y nueva vida de la voluntad en su lucha por la verdadera virtud cristiana, por la pureza perfecta y la entrega total a Dios».
En cuanto al ayuno, vemos en el Evangelio una ocasión donde Jesús recomienda a Sus apóstoles esta práctica para enfrentar los casos más difíciles.
Pasando a la limosna, nuestro Señor Jesús, considerando nuestros deseos y lo que pretendemos al guardar nuestros bienes en la tierra, nos dijo: «Guardadlos en el cielo; confiádmelos a mí». Por tanto, quien nos mandó dar no quiso que perdiéramos nada, sino simplemente que cambiáramos de lugar nuestros bienes, enviándolos al lugar donde hemos de seguirle. San Juan Crisóstomo dijo en un sermón hace quince siglos: «Cuando repartes limosnas, das dinero y recibirás cielo. Alejas la pobreza de otros y se te acercarán a ti las riquezas de Dios. Das cosas terrenas y recibirás bienes celestiales».
Quisiera concluir mencionando las catorce obras de misericordia que nos sugiere la Iglesia. Las corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar ropa a los pobres, acoger al peregrino, liberar al cautivo, visitar y cuidar a los enfermos, y orar por los vivos y los muertos. Las espirituales incluyen: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar injurias y sufrir con paciencia las molestias del prójimo. Finalmente, y en este contexto de gracia y reflexión, recordemos que esta cuaresma la viviremos en pleno año jubilar, el cual nos ofrece una oportunidad singular para renovar nuestro compromiso espiritual y abrir nuestro corazón a las bendiciones que provienen de lo alto. Al participar en los sacramentos y cumplir con las condiciones dispuestos por el Papa podremos recibir la indulgencia plenaria, que no solo podemos ofrecer por nuestra alma sino que también podemos interceder por las almas de nuestros seres queridos que han partido, permitiendo que la misericordia divina fluya a través de nuestras oraciones y acciones. Aprovechemos este tiempo de gracia para profundizar nuestra fe y experimentar la abundante bondad de Dios en nuestras vidas y en las de aquellos que amamos.
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