Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Hoy celebramos una de las fiestas más hermosas y esperanzadoras de nuestra fe: la Ascensión del Señor al cielo. Es bueno saber que no se trata solo de un momento glorioso en la vida de Jesús, sino también de una invitación profunda a mirar más alto, a elevar nuestra vida cristiana con la esperanza del cielo y el compromiso con la misión aquí en la tierra.
Esta pregunta de los ángeles a los discípulos puede parecer una corrección, pero es también un recordatorio: la fe no consiste solo en contemplar, sino en actuar. Jesús sube al cielo, pero no para alejarse de nosotros. Al contrario, su Ascensión es el comienzo de una nueva presencia: Él ya no está limitado por el tiempo ni el espacio, y está ahora presente en cada rincón del mundo, en cada corazón que cree.
Jesús no nos deja solos. Nos promete el don del Espíritu Santo, y nos envía a continuar su misión: “Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio” (Mc 16,15). La Ascensión es entonces un envío. El Señor asciende para que nosotros descendamos al mundo con nueva fuerza, con una fe que transforma y engendra vida y esperanza.
San Pablo, en la carta a los Efesios, nos recuerda que Jesús está sentado “a la derecha del Padre”, en una posición de autoridad y gloria. Pero también dice algo clave: nosotros somos su Cuerpo, y Él es la Cabeza. Es decir, la Ascensión no es un adiós, sino una conexión más profunda entre Cristo y su Iglesia. Lo que comenzó en Él, debe continuar en nosotros.
En todo este proceso está el desafío: ser testigos. Vivimos en un mundo que necesita más que palabras: necesita testigos valientes, cristianos que no tengan miedo de anunciar a Cristo con su vida, con sus decisiones, con su amor.
La Ascensión también nos enseña a mantener los ojos en el cielo sin perder el compromiso con el mundo. los ojos en el cielo y los pies en la tierra. Nos recuerda que nuestra patria definitiva está en el cielo, pero que nuestra misión está aquí abajo en el roce con los hermanos: construir el Reino de Dios en medio de nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras naciones.
Cristo ha ascendido, pero no se ha alejado, ni nos ha dejado. Sigue estando presente en la Eucaristía, en su Palabra, en el pobre, en el enfermo, en el huérfano, en el que sufre, en el hermano que camina a nuestro lado. No dejemos que la fe sea solo una mirada al cielo, sino una fuerza que transforme el mundo.
En la primera lectura del libro de los Hechos de los apóstoles se hace una narrativa muy iluminadora con relación a lo que estamos celebrando, me refiero al momento cuando el autor se dirige a Teófilo y textualmente le confirma que Cristo después de su pasión se aparece a sus discípulos, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días y les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: “No se alejen de Jerusalén; aguarden que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo les he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días ustedes serán bautizados con Espíritu Santo.” Es decir, ya Jesús viene de manera implícita hablándonos del acontecimiento del Pentecostés que tendrá lugar el próximo domingo.
Sigue diciendo el Maestro: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.” Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que les ha dejado para subir al cielo volverá como le han visto marcharse.”
En el Evangelio corto pero significativo, Jesús continua el dialogo con sus discípulos y les refiere sobre su pasión, padecimiento y resurrección. Todo esto dará pasó a la predicación y por consiguiente a la conversión de muchos y al perdón de sus pecados. Aquí Jesús promete a los suyos el envió del Espíritu Santo como fuerza divina.
Es bonito como Jesús antes de subir al cielo con sus manos levantadas bendice a sus discípulos, estos se convierten en sus testigos que con alegría anuncian su mensaje y permanecen en el templo bendiciendo su nombre por siempre a los suyos.
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