IDENTIDAD CATOLICA
Padre Manuel Antonio García Salcedo PhD. Arquidiócesis de Santo Domingo*

El Bautismo, recuerda el Papa San Pablo VI, el gran pneumatólogo del siglo XX, que la cristología (teología de la persona de Cristo) y especialmente la eclesiología (teología de la Iglesia) del Concilio Ecuménico Vaticano II (1963-1965), el Nuevo Pentecostés de nuestros tiempos, debe sucederse en continuidad permanente con un nuevo culto y estudio de la persona del Espíritu Santo y su vida en la Divina Trinidad, en la Iglesia y en el mundo.
El gran don que Dios Padre e Hijo dan a la humanidad de manera privilegiada por medio de la Iglesia es la persona del Espíritu Santo; Espíritu de la santidad y de la verdad con una función primordial en la obra de la salvación alcanzada por el misterio pascual de Jesucristo.
La evangelización tiene eficacia por la mutua colaboración de los miembros de la Iglesia entre si y la acción del Espíritu Santo que brota entre nosotros desde la fuente bautismal:
El llamado de Jesús en el Espíritu y el anuncio de la Iglesia apelan siempre a nuestra acogida confiada por la fe. “El que cree en mí tiene la vida eterna”. El bautismo no sólo purifica de los pecados. Hace renacer al bautizado, confiriéndole la vida nueva en Cristo, que lo incorpora a la comunidad de los discípulos y misioneros de Cristo, a la Iglesia, y lo hace hijo de Dios, le permite reconocer a Cristo como Primogénito y Cabeza de toda la humanidad.
Ser hermanos implica vivir fraternalmente y siempre atentos a las necesidades de los más débiles (DA 349).
En la última cena Jesucristo promete el Espíritu Santo de una manera generosamente ilimitada a quienes entren en comunidad de discípulos y misioneros, comunidad pastoreada por el sucesor de Pedro, el obispo de Roma y aquellos en comunión con él, los obispos, sucesores ininterrumpidos de los Apóstoles.
En cada celebración eucarística actualizamos el sacramento primero de la fe que es el bautismo. La gracia recibida requiere de nuestra colaboración y disposición. Dejarse enseñar buscar y recordar las enseñanzas de Pedro y los demás apóstoles a partir del Evangelio de Jesucristo, salvador de la humanidad, además de una necesidad a satisfacer para seguir en lo personal para alcanzar plenitud, requiere para su aplicación la predicación de dicho Evangelio a partir del envío de los pastores de la Iglesia quienes tienen la encomienda de mantener y difundir la espiritualidad bautismal cristiana centralizada en la Eucaristía, Pan del Cielo.
Nuestros pueblos no quieren andar por sombras de muerte; tienen sed de vida y felicidad en Cristo.
Lo buscan como fuente de vida. Anhelan esa vida nueva en Dios, a la cual el discípulo del Señor nace por el bautismo y renace por el sacramento de la reconciliación. Buscan esa vida que se fortalece, cuando es confirmada por el Espíritu de Jesús y cuando el discípulo renueva en cada celebración eucarística su alianza de amor en Cristo, con el Padre y con los hermanos. Acogiendo la Palabra de vida eterna y alimentados por el Pan bajado del cielo, quiere vivir la plenitud del amor y conducir a todos al encuentro con Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (DA 350).
La obra concreta del Espíritu Santo regenerándonos y renovándonos por el bautismo se traduce en la concreción en nuestro quehacer e instancias donde habitamos es la instauración y expansión del Reino de Dios, el ejercicio de la justicia social y la difusión sin horarios y límites de la caridad cristiana que se traduce en las obras de misericordia divina:
“El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).
La voz del Señor nos sigue llamando como discípulos misioneros y nos interpela a orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino de Dios que se hace presente en Jesús.
Acogemos con mucha alegría esta buena noticia. Dios amor es Padre de todos los hombres y mujeres de todos los pueblos y razas. Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar toda su fuerza transformadora en nuestra Iglesia y en nuestras sociedades.
En Él, Dios nos ha elegido para que seamos sus hijos con el mismo origen y destino, con la misma dignidad, con los mismos derechos y deberes vividos en el mandamiento supremo del amor. El Espíritu ha puesto este germen del Reino en nuestro Bautismo y lo hace crecer por la gracia de la conversión permanente gracias a la Palabra y los sacramentos (DA 382).
*Doctor en Teología Católica
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