P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Hay un refrán que dice: “La desesperación es parte del fracaso”. Todo en la naturaleza humana implica procesos, etapas, movimientos y ciclos. Donde no hay paciencia y espera, es muy difícil que sea posible el aprendizaje y la conciencia de lo vivido. Por eso, la gente suele decir que la experiencia es madre de la sabiduría, porque es precisamente con el tiempo que solemos captar el modo de cómo deben ser las cosas. De lo contrario, la existencia misma viviría inmersa en equivocaciones tras equivocaciones.
En el Antiguo Testamento, especialmente en la Historia de la Creación del mundo, observamos como lentamente pero con un objetivo claro, Dios fue haciendo las cosas una a una, hasta ver finalizada su obra, que siempre al final, dice el texto que vio Dios que era bueno (cf. Gn 1, 31). De igual manera, es el caso del Pueblo de Israel cuando sale de Egipto hacia la tierra prometida, como a través del sufrimiento, el dolor, la vivencia de cada etapa, Dios fue formando a las personas, no solo su carácter sino también su corazón.
También las plantas tienen en su naturaleza, una gran enseñanza del significado de amar los procesos de la propia estructura de las cosas, porque si nos fijamos, desde que se siembra una semilla hasta verla germinar, hay todo un círculo interesante y valioso. Es decir, en la estructura de las plantas, no existe la desesperación, el nerviosismo, solo un movimiento donde todo fluye, porque tiene su hora y su espacio oportuno para que todo se efectúe a su tiempo.
La Biblia expresa que hay tiempo para todo: para reír, llorar; tirar piedra, recogerlas; tiempo para vivir y tiempo para morir (cf. Eclesiastés 3ss). Nuestro mundo fue diseñado para vivir con paciencia y prudencia; no con desesperación ni mucho menos con improvisación, porque cada paso cuenta, cada experiencia no se repite y la circunstancia nunca serán las mismas. Por esta razón y otras más, es que hay que tocar fondo, diseñar y rediseñar nuestros planes y proyectos, todas las veces que sean necesarias para continuar madurando en el vaivén de la vida, porque al final, no es el exterior que nos va a ofrecer la felicidad que nos merecemos, sino la conciencia que formamos.
Por tanto, hay que aprender a esperar los procesos de Dios. Hay que lograr obtener la suficiente determinación para tener visión y concentración en todos los acontecimientos que vamos asumiendo. Pues, nunca se aprende sin proceso, siempre se logra avanzar después del reconocimiento de los propios errores, cuando se agregan nuevos conocimientos y se decide al final, aplicar las herramientas de lo acontecido, tanto a nivel humano como espiritual. Porque aprender implica abrirse al proyecto de Dios, buscar luz y tener la suficiente humildad de intentar nuevas formas de hacer las cosas. En definitiva, así como la propia vida nos va enseñando a vivir, de forma más práctica y concreta, de igual modo, Dios a través de la historia de la salvación no deja nunca de sorprendernos y de acompañarnos…
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