AIRE96FM

14/06/2025

“LA VERDAD PLENA”

 Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Hoy tenemos la oportunidad de celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad, El Padre que nos creó, el Hijo que nos salvó y el Espíritu que nos Santificó. Con esta Solemnidad, celebramos el nacimiento de las pequeñas comunidades y de esas pequeñas comunidades surge la Iglesia como comunidad de pequeñas comunidades.

Es bueno que sepamos que más que hacer un estudio profundo sobre la Santísima Trinidad es mucho más saludable, que nos hagamos conscientes que es una verdad viva y plena que se acoge con el corazón, en silencio, en adoración y en amor.

Me detengo un poco en la Carta de Pablo a los Romanos, por considerar que contiene algunos elementos claves en el proceso de crecimiento cristiano, primero somos justificados por la fe, que es la que nos da esa condición de justificados y de esta manera salvados. Es Cristo quien nos ha regalado el Espíritu Santo y con este Espíritu nos viene la esperanza que no defrauda. En la misma nos llega a decir San Pablo: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia y la constancia, virtud probada.

En el misterio de la Santísima Trinidad Dios se revela no como una soledad eterna, sino como una comunión perfecta de Amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Como padre creador venimos de Dios, él es nuestro origen, nuestro primer suspiro, el Padre que soñó con nosotros antes de que naciéramos. No somos casualidad ni error. Somos hijos amados. Él nos formó en el vientre materno, nos conoce por nuestro nombre, y nos sostiene cada día con su providencia fiel. Cuando todo falla, cuando la vida pesa, el alma encuentra descanso en el regazo del Padre, en su ternura inagotable.

El amor del Padre no se quedó lejos. Se hizo carne en Jesús, el Hijo, el Emmanuel, el Dios con nosotros. En Cristo, Dios se hizo abrazo, se hizo voz, se hizo pan, se hizo cruz. Cada palabra suya sana nuestras heridas. Cada paso suyo nos conduce al Padre. Cada gota de su sangre fue derramada por amor a ti y por amor a mí.

Jesús es el rostro de la misericordia del Padre, y cuando lo dejamos entrar en nuestra vida, todo cambia. Él salva, transforma y da sentido.

Cuando el Hijo volvió al Padre, no nos quedamos solos. El Espíritu Santo, el aliento del Amor eterno, fue derramado sobre nosotros. Él no es una fuerza abstracta. Es una Persona divina que vive en lo profundo del alma, que ora en nosotros, que nos consuela, nos ilumina, nos fortalece. Él es el que nos hace saborear la Palabra, sentir la presencia de Dios en la oración, perdonar lo imperdonable, y amar más allá de nuestras fuerzas.

El Espíritu es la santidad de Dios comunicada al corazón humano. Sin Él, la fe es una teoría; con Él, la fe es fuego vivo que arde, que transforma, que impulsa.

El Evangelio por su parte es un escrito corto, pero cargado de un significado profundo. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena.” Jesús nos dice implícitamente que es necesario tener en nosotros el Espíritu Santo, ser portadores del Espiritu, para poder entender y descifrar sus planes salvíficos, revelados como la verdad plena.

Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que les irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará.

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