Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana
Celebramos el Decimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario, es una dicha convertida en privilegio poder profundizar y adentrarnos con interés en la palabra de Dios. Es por esta razón que nos dice el salmo 119:105: “Tu palabra es luz para mis pasos, y lumbrera a mi camino”
En el Evangelio se nos dice claramente que, en aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén. Hermoso y edificante saber que por donde Jesús pasa todo cambia y se transforma para bien, pasaba por ciudades y aldeas enseñando, él enseñaba lo que vivía y vivía lo que enseñaba. Jesús camino hacia Jerusalén no va como un visitante más, va como un pastor que camina con los suyos y avanza con pasos firmes y con un objetivo claro, salvar a todos los que tengan algún contacto con él.
Mientras recorría el camino hacia Jerusalén alguien le hace una pregunta muy humana, pero también muy comprometedora: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Interesante pregunta con la que abordan al Maestro, él les dijo: “Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos intentarán entrar y no podrán”. Muestra Jesús con esta respuesta gran sabiduría, no da recetas, tampoco responde con una estadística, ni mucho menos con un número; se limita a presentar el escenario completo, donde cada persona a conciencia elija y accione de acuerdo con dicha elección.
La imagen de la puerta estrecha es didáctica, nos confronta, nos desafía, pues una puerta estrecha no nos permite entrar con equipaje pesado. Para atravesarla es necesario despojarnos, dejar atrás lo que nos estorba y nos pesa, Jesús nos invita a revisar nuestro corazón, allí empieza y germina un verdadero cambio de vida.
Revisemos cuales cargas llevamos que nos impiden atravesar esta puerta. Revisemos, será el orgullo, la comodidad, el egoísmo, el rencor, la envidia, el chisme, el deseo de ser aplaudidos, la necesidad de recibir reconocimiento y la aprobación de los demás.
La salvación no se consigue con discursos y caras bonitas, sino con una vida auténtica que se va purificando en el amor.No es suficiente “estar cerca”, hay que caminar con Él. Jesús mismo es la puerta estrecha, dicha puerta no se abre con llaves de oro ni con influencias humanas, ni políticas, sino con un corazón bien dispuesto, humilde, desprendido, misericordioso y fiel.
Por eso no debe extrañarnos que cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, se quedarán fuera y llamarán a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él les dirá: “No sé quiénes son”. Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son. Aléjense de mí todos los que obran la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero ustedes se vean arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Miren: “Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”.Jesús: no nos da un camino fácil y ancho, sino una puerta estrecha que exige esfuerzo, fidelidad y perseverancia.
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