AIRE96FM

15/08/2025

¿Y yo puedo pedir perdón?

 Padre Manuel Antonio García Salcedo PhD. Arquidiócesis de Santo Domingo*

Esta pregunta paralizó mi corazón; me la hizo una privada de libertad cuando le ofrecí la posibilidad de confesarse, durante una de las habituales visitas pastorales que hacemos al recinto penitenciario de Najayo. Su pregunta me impactó profundamente; la carga emocional, la tristeza y el sentimiento de menosprecio que reflejaba me conmovieron.

¿Cómo puede un ser humano llegar a cuestionarse si tiene el derecho a pedir perdón?

Le respondí con certeza, pero la pregunta siguió resonando en mi interior por mucho tiempo. Como católicos, hemos sido bendecidos por el acceso al Sacramento de la Reconciliación: una oportunidad para ser absueltos – por la infinita misericordia de Dios Padre, a través del Sacerdote, quien – siendo en el momento de la confesión la propia persona de Cristo Jesús – nos libera del pecado y restablece nuestra relación con EL y con su Iglesia.

Sin embargo, muchas veces, aun teniendo este tesoro a nuestro alcance, no lo aprovechamos. Tal vez la ignorancia, la vergüenza o el dolor – como en el caso de aquella mujer – nos impiden hacerlo. Esa misma duda, quizás, también vive silenciosa en muchos corazones creyentes.

A lo largo de los años, he notado una creciente empatía y comprensión en los Sacerdotes. Tal vez sea reflejo de mi propio crecimiento, o quizá de una Iglesia que, a partir del Concilio Vaticano II, ha logrado un consistente y eficaz acercamiento a las comunidades humanas en todo el mundo. He visto cómo el Espíritu Santo guía verdaderamente esas conversaciones. Incluso en temas laborales, familiares o personales — donde uno pensaría que el Sacerdote no tiene experiencia directa — he recibido orientaciones claras, preguntas que interpelan mi alma y respuestas que solo pueden venir de Dios.

Recuerdo una confesión en particular. No acudí a ese encuentro con el firme propósito de confesarme, sino más bien – quizás – para tener una conversación. Estaba atravesando una situación reciente que aún no lograba entender. No sabía si debía perdonar ni cómo hacerlo, y mucho menos podía identificar con claridad qué debía confesar. Por eso pensé que no podía recibir la absolución.

Pero en ese espacio el Espíritu Santo comenzó a desatar, como un hilo lleno de nudos, todo aquello que yo no lograba ordenar. Al final de la conversación, me despedí, pensando que todo había terminado. El sacerdote me detuvo: — “¿Y la absolución de los pecados?” — Le respondí que no me sentía lista. Que necesitaba tiempo para procesar, para hacer un examen de conciencia más profundo, para prepararme mejor. Entonces me dijo algo que jamás olvidaré: — “Qué poco entendemos sobre la misericordia del Padre”… Entonces, oró por mi sanación, por la solución de lo que le había compartido y por el perdón de mis faltas; y, en el nombre de Jesús, perdonó mis pecados.

Esa confesión fue transformadora. No solo por lo que comprendí y sané, sino por la presencia viva del Espíritu Santo que experimenté a través de ese Sacerdote.

Hoy te lo digo a ti, y me lo recuerdo a mí misma: Sí, siempre puedes pedir perdón. El amor y la misericordia de Dios son infinitas e inefables; en ellas podemos sumergirnos a través del Sacramento de la Reconciliación.

*Doctor en Teología Católica

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