Por Leonor María Asilis Elmudesi

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, celebrada el 14 de septiembre, nos invita a reflexionar sobre el significado profundo de la cruz en la vida cristiana.
La cruz de Cristo, enseñaba el Papa San Juan Pablo II, es la cruz “en la que se muere para vivir; para vivir en Dios y con Dios, para vivir en la verdad, en la libertad y en el amor, para vivir eternamente”.
De acuerdo a la tradición, en el siglo IV, la emperatriz Santa Elena -madre del emperador Constantino- tras una intensa búsqueda, encontró en Jerusalén el madero en el que murió Jesucristo, el Hijo de Dios.
La reliquia permanecería en la ciudad hasta que, hacia el año 614, sería sustraída por los persas en calidad de ‘trofeo de guerra’. Años más tarde, el emperador romano de Oriente, Heraclio (emperador entre 610 y 641), rescató el santo madero por lo que pudo ser enviado de retorno a la Ciudad Santa, Jerusalén, el 14 de septiembre de 628.
Desde entonces, cada 14 septiembre se recuerda y celebra dicho suceso, instituido luego como festividad litúrgica.
Vemos que en Gálatas 3:13, se dice:
«Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros, pues está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero.»
En este contexto, la cruz, era un símbolo de castigo y humillación en la época romana, pero gracias al sacrificio de Cristo se convierte en un medio de redención para salvarnos. Jesús, al cargar con la «maldición» del pecado en la cruz, nos libera de la condena que implicaba la ley para aquellos que no podían cumplirla perfectamente.
Es decir que con su muerte en cruz se ha convertido en símbolo de esperanza y de amor infinito. Por esto, la cruz nos revela cómo el sufrimiento, cuando se acepta con fe y amor, puede convertirse en un camino de redención y unión con Jesucristo.
Los santos se han referido a la Cruz de Cristo como un instrumento de salvación, un símbolo de amor divino y de la fuerza de Dios, y una invitación a la renuncia personal y al seguimiento de Jesús. San Pablo la consideró la fuerza de Dios para la salvación, mientras que San Juan de la Cruz la vio como un camino de purificación. Santa Elena de la Cruz y Santa Teresa Benedicta de la Cruz adoptaron el nombre de la cruz, identificándose con ella como un elemento central de su fe y conversión.
San Pablo proclamó que la predicación de la cruz es «locura para los que se pierden; mas para los que se salvan es fuerza de Dios». Para él, la cruz era un acto de redención, justificación y salvación que daba una nueva perspectiva de vida.
Santo Tomas de Aquino dijo: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.
Muchas veces, enfrentamos padecimientos físicos, emocionales o espirituales que parecen insoportables. Sin embargo, la cruz nos enseña que el sufrimiento tiene un valor especial en la vida cristiana. Jesús, quien sufrió y murió en la cruz por amor a todos, nos muestra que el sufrimiento puede tener un significado redentor si se nos unimos a su sacrificio.
Pidamosle este día y todos los dìas de nuestras vidas que seamos dóciles en su amor y aceptemos, es más, amemos nuestra cruz porque él no solo es nuestro Cirineo, sino que es el camino, verdad y vida de nuestra salvación.
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