Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Seguimos creciendo en el conocimiento de la palabra y profundizando en la misma en el marco de este Domingo Vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario, considero una dicha y a la vez una bendición esta oportunidad que Dios nos da para hacerlo.
Por su parte en el Evangelio encontramos una especie de dialogo de Jesús con sus amigos, estos le pidieron: “Auméntanos la fe.” Esta actitud de los amigos del Maestro me recuerda al gigante Rey Salomón cuando pide a Dios sabiduría y no otra cosa para gobernar a su pueblo, es necesario que hoy todos nosotros aprendamos a pedir como conviene, ya que nos dice la misma palabra no siempre saben pedir. Él responde: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.”
En cierto sentido la petición que hacen los discípulos a Jesús nos da señales de la debilidad que ellos tienen y a la vez la necesidad de que esta debilidad pudiera convertirse en fortaleza. Estos están reconociendo sin más que el seguimiento de Cristo exige una fe más sólida y robusta de la que poseen. Nosotros también, en medio de pruebas, dudas, incertidumbres, cansancios, fracasos, también sentimos la necesidad de pedirle a Dios que fortalezca nuestra fe y la confianza en Él. Recordemos que la fe es una combinación de gracia divina que viene de Dios y del esfuerzo humano, que viene de nosotros, es por esta razón que dice nuestro querido P. Bernaldo: “Yo pongo mi casi nada y Dios pondrá su todo.
Continua Jesús su discurso. “Supongan que un criado de ustedes trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de ustedes le dice: “En seguida, ¿ven y ponte a la mesa”? ¿No le dirán: “¿Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”
Si nos fijamos, Jesús no responde a sus discípulos con una fórmula mágica ni les da una medida cuantitativa. Más bien, les muestra que no se trata de tener “mucha” fe, sino de vivir con una fe auténtica, aunque sea tan diminuta como un granito de mostaza. Lo importante en todo este proceso de discipulado no es el tamaño de la fe, sino en quién está puesta: cuando confiamos radicalmente en Dios, lo imposible se hace posible. Sin temor a equivocarme digo, una fe verdadera transforma lo ordinario que hay en mí y abre espacio a lo extraordinario de Dios en mi vida.
Jesús pasa de hablar de la fe a hablar del servicio, como si quisiera mostrarnos que una fe auténtica se traduce en una vida de entrega. El siervo que regresa del campo y sigue sirviendo a su amo sin esperar recompensa expresa la actitud que todo discípulo debe tener: el servicio es nuestra vocación, no un mérito para exigir privilegios.
El término “siervos inútiles” no significa que no tengamos valor, sino que nuestra relación con Dios no es de negociación o merecimiento, sino de gratuidad. Lo que hacemos es respuesta al amor primero de Dios, no una obra para comprar su favor.
La fe no se prueba en discursos, no es un termómetro para medirla, ya que un discurso bonito lo tiene cualquiera y lo prepara cualquiera con un poco de esfuerzo y destreza, se trata más bien en la capacidad de vivir cada día en la humildad del servicio, en la obediencia confiada y en el amor fiel al que nos llamó.
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