P. Luis Alberto De León Alcántara. Email: albertodeleon_011@hotmail.com

No hay Pascua sin Cuaresma, como tampoco no existe la Navidad sin Adviento. Todo en la Iglesia es un proceso de enseñanza, un sendero de purificación y conversión. Cada cristiano debe tener presente que, en los diferentes tiempos litúrgicos, Dios va guiando la vida espiritual de sus fieles, nos va introduciendo lentamente a la vida de fe. De aquí, que es oportuno vivir y dejarse interpelar por los acontecimientos que vamos experimentado en las diferentes etapas de nuestra madurez cristiana.
El Adviento es esa una mirada confiada hacia la encarnación del hijo de Dios que se aproxima, que decide mudarse a nuestro mundo, a formar parte de nuestra humanidad. Pero es una mirada activa, no pasiva. Mientras nos encaminamos a su encuentro, vamos organizándonos y preparando nuestro corazón, enderezando lo que este torcido y allanando lo montañoso. En otras palabras, Adviento es colocar en su sitio la realidad de nuestro interior; devolverle al corazón la pureza y la santidad primera con la que Padre nos creó. Es recordar que nuestra condición humana, no es el pecado, sino la vida vivida en Gracia.
Ahora bien, cuando no hay conciencia del tiempo de Adviento, la desesperación lleva a las personas a colocar en sus casas desde ya, el arbolito, poner canciones navideñas, bailar, alegrarse con sus amigos; y no está mal, porque es parte de nuestra cultura. Ahora bien, no olvidemos que todavía no estamos en Navidad. Pues, no podemos saltarnos los procesos humanos y espirituales, ya que como dice el refrán popular: “La desesperación es parte del fracaso”. Además, si celebramos desde ahora la Navidad, no le encontraremos sentido al nacimiento del Salvador.
Esta es la razón, por la que aprendamos a mirar la pedagogía de Dios, a captar desde la misma naturaleza el tiempo de Adviento. Por ejemplo, el otoño, temporada en la que se les caen las hojas a los árboles, nos enseña que todo es pasajero en la vida, que, para renovar la misma existencia, hay que despojarse de lo viejo, lo que no sirve, lo caduco, para luego puedo resurgir lo nuevo y lo renovado. De igual manera, el frío de este último mes del año nos hace valorar el calor, el refugio, el hogar, la necesidad que tenemos todo de tener familia para apoyarnos unos a otros.
En concreto, es justamente en Adviento, donde anhelamos la esperanza, el momento donde aguardamos con paciencia y con actitud vigilante la llegada del Mesías. Y lo hacemos con la certeza de saber que Nuestro Creador no nos abandona, que Dios siempre tiene un plan y un proyecto para cada uno de nosotros. Eso es lo que nos conforta a seguir esperando, a no dejar que los afanes de la vida, los ruidos del mundo y los desencantos existenciales apaguen la luz que poco a poco vamos encendiendo a lo largo del Adviento. Luces, que al final del camino, son las que nos darán el gozo y la dicha de reconocer la presencia del niño Dios que viene a campar con nuestros.
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