Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Estamos en el segundo Domingo de Adviento, tiempo para preparar el corazón y para esperar al Rey que viene como luz y como esperanza a mi vida. El Evangelio de hoy es iluminador y nos sitúa en el desierto, ese lugar que muchos conocemos y que parece vacío, pero es allí donde la voz de Dios adquiere una fuerza sorprendente. En este desierto aparece Juan el Bautista, un hombre especial, austero, vestido de penitente y profeta, que no busca aplausos ni comodidades, sino que se convierte en la voz que despierta un pueblo dormido, la voz que prepara el camino de Dios en la historia humana.
Juan proclama: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca”. Esta frase no es una advertencia moralista, ni una amenaza que ha de generar miedo. Es, más bien, una invitación amorosa a redescubrir la belleza de Dios que viene a nuestro encuentro. Convertirse no es simplemente “portarse bien”, sino abrir el corazón a la intervención de lo divino. Es permitir que Dios enderece en nosotros lo torcido, sane las heridas, caliente lo frío, y alivie lo cansado.
En un sentido teológico y profundo del texto: Juan es la voz; Cristo es la Palabra. Juan señala el camino; Cristo es el Camino. Juan bautiza con agua; Cristo bautiza con Espíritu Santo, es decir, nos sumerge en la vida misma de Dios, nos transforma desde dentro, nos purifica con un fuego que no destruye, sino que renueva, ilumina y fortifica.
El fuego del Espíritu no quema para arrasar, sino para despertar la santidad dormida, para limpiar la mirada, para hacer arder nuestro corazón con amor verdadero.
La imagen del trigo y la paja es fuerte, pero profundamente esperanzadora. No significa que Dios quiera destruirnos; significa que Dios, con su amor purificador, quiere liberarnos de todo aquello que nos impide ser plenamente trigo, plenamente hijos, plenamente luminosos.
El este Evangelio se nos invita a entrar en el escenario del desierto, donde la tierra es árida, el silencio es profundo y el corazón se vuelve más sensible a la voz de Dios. Allí surge la figura imponente y humilde de Juan el Bautista, un hombre que no busca brillar, sino reflejar la luz que viene, un hombre cuya vida entera es un dedo apuntando hacia Cristo.
Juan hace una invitación, en fin, un llamado, que no es un reproche; es un abrazo anticipado. Dios no pide conversión para condenar, sino para hacernos capaces de recibir su amor. Convertirse significa volver a la fuente, regresar a la verdad, dejar que el corazón se limpie para que pueda latir al ritmo de Dios.
Juan no predica en la ciudad, sino en el desierto. Allí donde nadie esperaría encontrar una palabra, allí donde las voces del mundo no llegan. El desierto es símbolo de nuestro interior cuando pasamos por sequedades, vacíos, pérdidas o cansancios. No temas tus desiertos: son los lugares donde Dios siembra esperanza.
Y Juan anuncia: “Viene el que es más fuerte que yo.”
Con estas palabras nos enseña algo precioso: la vida espiritual comienza cuando dejamos de mirarnos a nosotros mismos y empezamos a esperar al que viene. Juan sabe que él sólo prepara; es Cristo quien transforma. Él sólo señala; es Cristo quien salva.
El bautismo de Jesús con Espíritu Santo y fuego es una imagen de amor purificador. El fuego de Dios no destruye; purifica lo que estorba y enciende lo que está apagado. Quemará nuestra soberbia, pero encenderá nuestra humildad. Quemará nuestros miedos, pero hará arder nuestra fe. Quemará nuestras tristezas, pero encenderá en nosotros una esperanza nueva.
La imagen de separar el trigo de la paja no habla de condena, sino de restauración: Dios quiere quedárselo todo de nosotros, menos lo que nos roba la vida. Quiere que seamos trigo limpio, corazones libres, almas llenas de luz.
El tiempo de conversión no es de miedo, sino de belleza; no de castigo, sino de renacimiento. Juan anuncia un Dios que viene a buscarnos, que viene a iluminar nuestros desiertos, que viene a reconstruirnos desde dentro.
Que esta Palabra despierte en nosotros el deseo de preparar un corazón abierto, humilde y disponible. Y que cuando Cristo venga como agua que limpia y como fuego que renueva encuentre en nosotros un lugar donde pueda descansar.
La conversión no es una carga; es una gracia. No es un castigo; es una oportunidad. No es mirar atrás con culpa, sino mirar adelante con esperanza.
Que Juan Bautista nos enseñe a preparar el corazón para Aquel que viene. Y que cuando llegue Jesús a nuestras vidas con su Espíritu Santo y su fuego encuentre en nosotros un terreno fértil, dispuesto, confiado, deseoso de ser transformado por su amor.
Otros temas del padre Wilkin
I Domingo de Adviento. Ciclo A
Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo C
“NO ES LA BELLEZA ES LO QUE SIGNIFICA”

Para escuchar AIRE96FM
No hay comentarios:
Publicar un comentario