Por Leonor María Asilis Elmudesi

¡Qué inmensa alegría siento al hablar de Nuestra Señora de Guadalupe! Como hija de la Virgen me complace tanto hablar de la ternura, esperanza y fortaleza de la Morenita del Tepeyac. Veamos juntos su bella historia junto a la figura humilde y obediente de San Juan Diego, el indio a quien la Virgen se le reveló, quien fue canonizado por San Juan Pablo II.
Este gran acontecimiento sucedió en el año 1531. México, recién conquistado, era una tierra dividida: por los indígenas y los españoles conquistadores, y un abismo cultural que parecía insalvable. En medio de esta oscuridad, Dios envía a su Madre. El 9 de diciembre, el indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin caminaba hacia Tlaltelolco para asistir a Misa. De repente, en el cerro del Tepeyac, un lugar sagrado para los aztecas, donde antes se adoraba a la diosa Tonantzin–, escucha una voz celestial: «Juanito, Juan Dieguito». Es la Virgen María, morena como los indígenas, vestida con estrellas y rayos de sol, hablando en náhuatl, la lengua del pueblo.
Ella le pide que vaya al obispo fray Juan de Zumárraga y le diga que construya un templo en su honor. Juan Diego, con su sencillez, obedece. Pero el obispo, prudente, pide una prueba. La Virgen, en su cuarta aparición el 12 de diciembre, le indica a Juan Diego que suba al cerro en pleno invierno y recoja rosas frescas. ¡Milagro! Allí brotan rosas de Castilla, inexistentes en esa tierra. Juan Diego las lleva en su tilma (una manta de maguey, pobre y frágil) al obispo. Al abrirla, las rosas caen… ¡y aparece la imagen de la Virgen, impresa milagrosamente en la tela!
Esta tilma, conservada hasta hoy en la Basílica de Guadalupe, desafía la ciencia: no hay pigmentos conocidos, la tela debería haberse deshecho hace siglos, y los ojos de la imagen reflejan figuras humanas como un ojo vivo. ¡Es un milagro viviente!
¡Hablemos un poco de San Juan Diego! Este indio representa la pureza del Evangelio.
San Juan Pablo II, lo canonizó el 31 de julio de 2002 en la Basílica de Guadalupe, ante millones de fieles. El Santo Padre lo llamó «el mensajero fiel» y «el indio que vio a la Virgen».

Guadalupe es llamada también «Emperadora de América». Su imagen unió a indígenas y españoles: los aztecas vieron en ella a la verdadera Tonantzin, «Nuestra Madrecita», y millones se convirtieron al catolicismo. ¡Nueve millones de bautismos en una década! Millones aún peregrinan al Tepeyac. Es la patrona de México, de América Latina y de los no nacidos.
En tiempos de secularismo y crisis, Guadalupe nos grita como a Juan Diego: «¡No estoy yo aquí, que soy tu Madre?». En mi vida, he sentido su intercesión en pruebas personales: ¡Cuántas gracias he recibido rezando el Rosario ante su imagen!
La Iglesia, tras rigurosas investigaciones (como el Nican Mopohua, documento náhuatl del siglo XVI), lo reconoce como auténtico. Científicos ateos, al estudiar la tilma, se convierten. ¡Es milagro puro!
Sigamos el ejemplo de San Juan Diego: humildad, obediencia, fe. Canonizado por San Juan Pablo II, él nos invita a ser «guadalupanos» en el mundo: defensores de la vida, unidos en la Eucaristía, devotos de María.
¡Madre mía de Guadalupe, ruega por nosotros! Que tu estrella ilumine América y el mundo. ¡Amén!
Habrá una misa en su honor el día de su fiesta, 12 de octubre a las 6:00 P.M. en la Catedral Primada de América (Templo jubilar).
¡Todos estamos invitados!
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