San Pedro de Macorís vivió este domingo un evento significativo con la realización de Un Paso por mi Familia, una caminata que reunió a cientos de fieles desde el parque central hasta la Catedral San Pedro Apóstol. Familias completas, grupos parroquiales, sacerdotes y diversas comunidades participaron en este gesto público de fe, resaltando el valor de la unidad familiar y la centralidad de Cristo en los hogares.
El recorrido concluyó con la celebración de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, con la cual culmina el Tiempo Ordinario en la Iglesia. Al llegar al templo catedralicio, los mismos participantes que venían en la caminata fueron quienes llenaron y abarrotaron la Catedral, ocupando cada espacio disponible tanto en el interior como en los alrededores, creando un ambiente de profunda devoción, solemnidad y participación activa.
Durante la homilía, Monseñor Santiago Rodríguez, obispo de la Diócesis de San Pedro de Macorís, dirigió un mensaje firme y orientador sobre la importancia de la familia en el contexto actual. Señaló que, frente a los desafíos y tensiones del mundo contemporáneo, la estabilidad familiar solo puede sostenerse permaneciendo “frente a Cristo, Rey del Universo, Rey del mundo y Rey de nuestras familias”.
Asimismo, el prelado reafirmó la postura de la Iglesia respecto a diversos temas de actualidad, manifestando su desacuerdo con la decisión que permite a miembros de las fuerzas castrenses exhibirse públicamente en parejas del mismo sexo. Monseñor Rodríguez expresó que tanto él como la diócesis mantendrán una postura coherente y firme en defensa de la visión cristiana de la familia.
El evento dejó una profunda impresión en los participantes, convirtiéndose no solo en un paso simbólico por la familia, sino también en un testimonio público de fe, identidad y compromiso cristiano en la diócesis.
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En La Romana, cientos de fieles participaron en la Caminata Un Paso por mi Familia, saliendo desde la parroquia San Pablo Apóstol hasta la explanada de Santa Rosa de Lima, donde culminaron con una solemne Eucaristía. La jornada destacó el compromiso de las comunidades con los valores familiares y la unidad del hogar.
De manera simultánea, en Higüey también se celebró la caminata diocesana, partiendo desde la parroquia San Francisco y llegando hasta la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia. Las familias caminaron juntas pidiendo por la paz, el amor y la fortaleza espiritual en sus hogares.
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La Arquidiócesis de Santo Domingo a través de la Vicaría Episcopal de Pastoral Familia y Vida celebrara con júbilo la Gran Caminata “Un Paso por mi Familia 2025”, una multitudinaria manifestación de fe y unidad familiar que reunió a miles de personas en la Avenida George Washington, reafirmando el compromiso de la Iglesia con la defensa y promoción de los valores familiares en la sociedad dominicana.
Este año, se unieron también a esta gran caminata la Diócesis Stella Maris y la Diócesis Castrense, fortaleciendo aún más el espíritu de comunión eclesial en favor de la familia.
La Caminata estuvo presidida por Mons. Carlos Tomás Morel Diplán, Arzobispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Santo Domingo, acompañado de Mons. Ramón Benito Ángeles Fernández obispo auxiliar emérito de Santo Domingo, Mons. Daniel Lorenzo Vargas, Vicario Episcopal Territorial de la Vicaría Santo Cristo de los Milagros, sacerdotes, diáconos y una inmensa comunidad de fieles.
Cada noviembre, el Mes de la Familia y las Vocaciones invita a reconocer la grandeza de esta institución fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y a celebrar el don de haber sido acogidos, amados y formados en el seno de nuestros hogares. Este año no fue la excepción: familias completas caminaron con entusiasmo, expresando que la familia sigue siendo la base y el corazón de la sociedad.
Una experiencia que marca a la nación
“Un Paso por mi Familia”, iniciativa iniciada en 2012 por la Comisión Nacional de Familia (CNF), se ha consolidado como una de las actividades más concurridas del país. Desde sus inicios en distintas diócesis hasta su expresión nacional, ha convocado a obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y miles de fieles que, con pancartas, poloshirts y banderolas, proclaman cada año los valores que sostienen la vida familiar: fidelidad, responsabilidad, respeto,
perdón, solidaridad, comunicación, vida, justicia, fraternidad y, este año de manera especial, la esperanza y la cultura del cuidado.
Además de la caminata, la jornada estuvo enriquecida por presentaciones artísticas, cantos, danzas y un ambiente festivo que destacó la belleza de la vida en familia.
El lema de este año, “Un paso por mi familia con esperanza hacia la Pascua”, motivó una participación especialmente significativa, evidenciando la necesidad de fortalecer la unidad familiar en tiempos de desafíos sociales y culturales.
Resumen de la Homilía
En su homilía, Mons. Carlos Tomás Morel Diplán exhortó a las familias dominicanas a asumir con responsabilidad su papel fundamental en la formación moral y cristiana de la sociedad. Señaló que muchas de las fallas que hoy afectan al país tienen su origen en hogares donde no se cultivan valores esenciales como la honestidad, la responsabilidad, la transparencia, la fidelidad y el trabajo. Recordó que la verdadera educación en valores no se inicia en la escuela ni en la parroquia, sino en el hogar, con padres que formen a sus hijos desde pequeños en los principios cristianos que permanecen vigentes.
Mons. Morel enfatizó que una sociedad sólida se construye sobre familias donde Cristo es el centro, ya que de ellas surgen ciudadanos comprometidos con el bien común. Advirtió sobre corrientes culturales que buscan redefinir la familia y alejarla de su esencia, resaltando que la historia demuestra que cuando una sociedad abandona sus valores fundamentales, termina debilitándose. Finalmente, animó a seguir defendiendo la familia dominicana, promotora de buenas costumbres, unidad y esperanza para el país.
Un manifiesto en favor de la familia dominicana
El evento concluyó con la lectura del manifiesto a cargo de la Comisión de Familia y Vida presentó un Manifiesto Nacional por la Familia, en el cual reafirma que la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la célula primera y vital de la sociedad, y renovó su llamado a las autoridades, al sector empresarial y a toda persona de buena voluntad para promover políticas públicas que la protejan y fortalezcan.
Resumen del Manifiesto
El documento resalta:
La necesidad de que el Estado reconozca y garantice el papel fundamental de la familia, tal como establece la Constitución dominicana.
La urgencia de políticas públicas que aseguren vivienda digna, acceso a educación, salud, alimentación, agua potable, energía y condiciones económicas que permitan a las familias vivir con seguridad y bienestar.
La importancia de crear centros de asistencia y acompañamiento familiar, especialmente para quienes enfrentan violencia intrafamiliar o situaciones de vulnerabilidad.
El fortalecimiento de programas de apoyo a niños, jóvenes, envejecientes y familias afectadas por la pobreza extrema.
La promoción de una educación integral basada en valores, tanto en los hogares como en las escuelas.
El llamado a los medios de comunicación a favorecer contenidos que apoyen la unidad y la salud familiar.
La exhortación a que todas las decisiones del Estado estén alineadas con la protección de la vida y la familia, reafirmando su papel como pilar de la sociedad dominicana.
Con estas acciones, la Iglesia reafirma su compromiso de seguir dando un paso firme por la familia, promoviendo los valores que construyen un mejor país y animando a todos los dominicanos a vivir la esperanza con alegría y fe.
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En este Domingo celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo y este acontecimiento nos conecta directamente con el corazón mismo del gran misterio cristiano. En ese mismo tenor tenemos el privilegio de celebrar también el tan anhelado un Paso por mi Familia, sin dudas, es un regalo que nuestra Iglesia concede a esta sociedad en cada familia que con alegría y firmeza decide dar un paso hacia delante, aquí decimos sí a la vida, sí a la esperanza, sí al amor, sí a la misericordia, sí a la empatía, es afirmar una vez más que si tenemos familias sanas tendremos sociedad sana.
Es necesario que sepamos que en este Evangelio no estamos ante un discurso pronunciado por Jesús, tampoco ante un milagro, mucho menos frente a una multitud que lo aclama como el día que entró triunfante a Jerusalén, estamos en el Calvario, en el lugar donde aparentemente Dios ha sido derrotado, donde la fragilidad humana queda desnuda y donde el amor es sometido a la prueba más dura. Sin embargo, justamente allí, en ese escenario de dolor y silencio, se revela la verdadera gloria de Cristo Rey.
En aquel lugar donde se da este acontecimiento tan horrendo las autoridades principales, gran parte del pueblo y uno de los malhechores se burlan de Jesús. Todos repiten la misma tentación: “Sálvate a ti mismo, si eres el Mesías de Dios, el Elegido”.
No es necesario ser un iluminado, un docto para darnos cuenta que así funciona la limitada y paupérrima lógica humana, es la pobre lógica del poder humano: “si Dios es Dios, que lo demuestre con fuerza, con espectáculo, con triunfo visible”. Es el mismo cuadro cuando satanás le pide a Jesús que convierta las piedras en pan cuando sintió hambre. Sorpresa para todos Jesús no baja de la cruz porque su realeza no se expresa dominando, maltratando, sino entregándose.
Él reina no desde un trono de oro, sino desde la cruz que abraza nuestras pobrezas y nuestra miseria. Su corona en ninguna circunstancia es de piedras preciosas ni de oro, sino de espinas que tocan la herida de cada hombre.
El ladrón que se negaba a reconocer a Jesús como salvador le tira en cara: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Esta es la voz la característica de un corazón endurecido, la voz de quien ya no cree en la gracia y solo busca sin más una salida rápida. Al rechazar a Jesús tiene la posibilidad de condenarse. Es la tentación que a veces también sentimos: querer un Cristo que resuelva, pero no un Cristo que transforme; un Cristo que quite la cruz, pero no un Cristo que dé sentido a ella. Es la tentación de reducir a Jesús a un instrumento para mis planes, y no un Señor que conduce mi vida.
En contraste al ladrón que reclama y duda, está la actitud del ladrón que descubre en Jesús algo especial, sin dudas un hombre marcado por el pecado, pero abierto a la verdad y a la misericordia. Es una oración humilde, sin exigencias, nacida de un corazón que reconoce su culpa, pero que también descubre, quizá por primera vez, el rostro verdadero de Dios: un Dios que no responde con violencia, un Dios que perdona a sus verdugos, un Dios cuyo poder es la misericordia. Aquel hombre vio lo que nadie veía: que Jesús, aparentemente derrotado, era en realidad el Rey que da la vida. Lo reconoce y lo acoge recibiendo del Maestro el: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Y entonces ocurre el milagro: Jesús abre la puerta del cielo en el mismo instante en que abre su corazón herido. Porque la salvación no es un premio para los perfectos, sino un regalo para los que se dejan mirar por Dios.
Aquí se revela la grandeza de Cristo Rey: un Rey que no condena, sino que salva; un Rey que no toma distancia, sino que se acerca al pecador arrepentido; un Rey cuya autoridad es amar hasta el extremo. Porque el Paraíso comienza allí donde dejamos que el amor de Cristo transforme nuestra vida.
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En medio de la confusión que envuelve a nuestra nación y al mundo entero, traducido en un relativismo moral rampante, la sociedad civil y la Iglesia de Dios no puede permitirse el silencio y el estilo de la permisividad cómplice.
Vemos con asombro y tristeza que el Tribunal Constitucional (TC) declaró inconstitucionales las disposiciones que penalizaban las relaciones entre personas del mismo sexo dentro de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas.
Mediante la sentencia TC/1225/25, la alta corte anuló el artículo 210 de la Ley 285, que establece el Código de Justicia de la Policía Nacional, y el 260 de la Ley 3483, que regula el Código de Justicia de las Fuerzas Armadas,
Lamentable decisión que lascera nuestra identidad nacional por haber roto con el código moral de nuestra nación, la cual desde su génesis había respetado la disposición divina de la unión marital en exclusiva para un hombre y una mujer.
No sólo los ciudadanos sino nuestros pastores, obispos, sacerdotes, diáconos y laicos comprometidos con la verdad, valientes según el corazón de Cristo, vigilantes en la torre de guardia (cf. Ez 33, 1-9), profetas que no teman denunciar el pecado, aunque les cueste la popularidad.
Nuestro Señor Jesús, Buen Pastor, advierte:
«El mercenario, que no es pastor… ve venir al lobo y huye… Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí»(Jn 10, 11-14).
Y en su obra cumbre La Ciudad de Dios, San Agustín deja claro que el obispo no puede encerrarse en la sacristía cuando la ciudad terrenal se hunde en la injusticia. Aunque la autoridad política tiene su propio ámbito, el obispo tiene el deber de iluminar las conciencias, denunciar la injusticia y defender el bien común, siempre con la libertad de los hijos de Dios y sin caer en partidismos mezquinos.
Juan Pablo II, en Christifideles laici (n. 42) y en múltiples documentos, y Benedicto XVI en Deus caritas est (n. 28-29) repiten: la Iglesia no hace política partidista, pero sí hace política en el sentido más noble: promueve la justicia, defiende la vida, la familia y la libertad religiosa, denuncia la corrupción y el totalitarismo de cualquier signo.
En estos tiempos de confusión: no caben cristianos sordos, mudos, ciegos, ni cómplices.
Se habla mucho de «diálogo» y «puentes» ,pero se olvida que Cristo no vino a dialogar con el demonio en el desierto, sino a vencerlo con la Palabra de Dios.
Hermanos en la fe: pidamos al Señor que no busquemos aplausos ni temamos críticas. Que nuestra Madre, la Virgen María, interceda por nosotros y que por el poder de la Sangre de Jesús nuestro pueblo dominicano sea fiel a Dios y que pueda ver, escuchar y hablar cuando sea oportuno para defender los valores que Cristo nos enseñó.
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Desde siempre he escuchado en nuestros tiempos de la colonia, a la llegada de los españoles “alos aborígenes le cambiaron el oro por espejitos”. Empoderado de esta significativa leyenda, quiero extrapolar este hecho a ciertas situaciones que acontecen en nuestros días en la familia dominicana y que nos llevan a afirmar que el cambio del oro por el espejito sigue aconteciendo en nuestro siglo XXI.
El oro es una especie muy valiosa, equiparado a la constitución de la familia. Constituir una familia no es tarea fácil, el proceso de acrisolación para embellecerla, darle vida, brillo, vivir tiempo de calidad, requiere de muchos sacrificios, son muchos los dolores de cabezas que se pasa en el diario vivir por el interés que todo marche debidamente en el hogar, hasta alcanzar una vida digna, en el que se enfatizan la vivencia de los valores fundamentales. En tanto el espejito podemos definirlo como algo que aparenta ser de valor pero solo es el reflejo y contrasta con el oro (la familia). En la actualidad son muchos los que, quizás por ignorancia, que han cambiado y siguen cambiando su oro (familia) por espejitos (amantes), tirando por la borda algo tan valiosa y significativa.
¿Qué significa ser un espejo de alguien más? ¿Qué es lo que miramos en los demás? Cuando te miras al espejo, ¿qué ves?, ¿cómo te sientes con lo que ves?
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Lo más sagrado que Dios ha creado, es la familia humana. Hacer consciente el aliento vital que hemos recibido de Dios, es un don, una gracia, una dicha que no tiene precio, y más aún cuando nos damos cuenta que ese soplo, fue dado a través de una familia. Por consiguiente, cuando se sabe esto, se puede ver claramente la incidencia que tienen los demás en nosotros, de modo especial, los más cercanos en nuestras vidas: la familia. Pues ellos son, quienes van construyendo lo que somos de una manera tan puntual, que los priorizamos ante cualquier realidad exterior que se nos presente, y lo hacemos por el valor que poseen en la escala de las cosas importantes en nuestra existencia.
Es interesante ver como los diccionarios, enciclopedias, y otros libros de conceptos generales, siempre tienen una idea común a la hora de abordar una definición de familia, tales como, por ejemplo: “célula, centro, fundamento, eje, entre otras”. Dejando entre ver con ello, que la familia es una vena trascendental en nuestro ser. Que cada miembro se vuelve parte de nuestra respiración diaria. Que familia no es un capricho, una casualidad momentánea que pasó de moda, sino que es rostro humano, hecho fraternidad y compañía sincera.
Todos tenemos una familia. Nadie se encuentra solo en este mundo. Contamos con hombros para apoyar nuestra cabeza, cuando el camino se hace oscuro. Una mano amiga, que difícilmente nos diga que no, al presentarse cualquier dilema humano. Su amor es tan grande que vendrán en nuestro socorro, porque nos aman, conocen nuestros defectos y nuestras virtudes. Van a estar cerca de nosotros siempre, aunque quizás en distintas ocasiones nos alejemos, por buscar independencia, nuevas vías de conocimientos y experiencias personales.
Nunca podemos instalar a nuestras familiares en un segundo plano, yaque desde ese mismo día, nuestro ser poco a poco irá perdiendo sentido, lo que somos morirá lentamente. Esto provocará que el norte de los planes y proyectos a realizar, se pierdan. Que la oscuridad de la propia soledad, haga que desviamos el camino, y todo por ignorar nuestra propia familia, por permitir que realidades exteriores torcieran el sendero correcto que cierta vez seguíamos, y paulatinamente seremos conducidos al fango, a la orilla, al pantano de nuestras ideas erróneas.
Coloca siempre a los tuyos en el centro. Donde siempre los puedas ver. Por más conocimiento, reconocimiento o prestigio que alcances, maten cerca de ti, la familia. No olvides jamás de dónde vienes y con quienes creciste. Por tanto, se agradecido, valora el tesoro de la familia; con sus penas y sus alegrías, es familia. Por más conflictos o dificultades que observes, recuerda la frase: “ama, perdona y olvida, hoy te lo digo yo, mañana te lo dirá la vida”. Porque al final, todos te podrán abandonar, olvidar o borrar tu nombre, pero un rostro, unas manos cariñosas, te dirán: “ven, que tienes una familia que te quiere y valora lo que eres”.
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