"Ya
es hora que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más
cerca" (Rom 13, 1)
Estamos iniciando el tiempo de Adviento. Hablamos con frecuencia del
Adviento como el tiempo de la esperanza, el tiempo oportuno para cultivar
virtud. Ciertamente, como la fe y el amor, la esperanza es un don de Dios
que debemos cuidar. Y para cuidarla, debemos hacerla trabajar. La
preparación de la Navidad es una ocasión propicia.
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A esta
virtud corresponde una actitud: la ESPERA. Es la actitud con la que
esperamos algo. En los niños, en los que la espera debe educarse, vemos
lo que motiva su espera. Cuando una madre le dice su hijo pequeño que
reclama insistentemente algo que sabe que va a darle: “¡Espérate!”, notamos en
la insistencia del niño que está convencido de que lo que pide lo tendrá, está
seguro de la promesa de la madre.
He aquí,
pues, lo que se nos ofrece para vivir el Adviento. Por otro parte,
afianzar la convicción que la promesa de Dios se cumplirá, que su proyecto de
reunir en una misma familia a todos sus hijos, a toda la humanidad, será una
realidad. Que ya lo va siendo. Y reclamar insistentemente que sea,
expresando así que deseamos vivir con el Señor y con los demás. Es más,
poniendo de manifiesto que tenemos necesidad de ello.
Para vivir
todo eso partimos de la experiencia: Dios nos ha dado a su Hijo como
hermano. Experiencia de fe, claro está. Experiencia cotidiana de
vida fraternal. Preparar la Navidad nos lleva a esperar y acoger la
venida renovada continuamente “en cada hombre y en cada acontecimiento”
(nos dice el prefacio III de Adviento). Y para esperar la venida al final
de la historia, cuando “pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos
nuevos y la tierra nueva”, como continúa diciendo el mismo prefacio.
Volvamos a
leer con mucha atención a las lecturas del domingo pasado, I Domingo, la
primera lectura es un canto a la esperanza. La bella página de Isaías
(Is2, 1-5), tan vinculada al Adviento, y, a la vez, tan vinculada a cualquier
oración esperanzada por la paz del mundo. Esa paz tan deseada en medio de
tanta violencia, como la que vivimos actualmente en la República Dominicana
(aunque los que nos desgobiernan dicen que ha disminuido). El acento
recae en la iniciativa del Señor, que reúne a todos los pueblos en la PAZ
eterna de su Reino. A esa convicción responde el profeta invitando al
pueblo: “Vengan, subamos al monte del Señor”. Y nosotros
nos uniremos con el salmo a todo el pueblo que hace camino: “¡Qué alegría
sentí, cuando me dijeron: ‘Vayamos a la casa del Señor’!”. En esta
respuesta del salmo 121 tiene un lugar destacado, un primer lugar, “la
alegría”. No está de más destacarlo. Recomendamos trabajar este
tema en este tiempo de Aviento en nuestras reuniones comunitarias: la verdadera
alegría.
En segundo
lugar, la liturgia nos ofrece una página de la Carta de san Pablo a los romanos
(Rom 13, 11-14). Son palabras cuya finalidad es fomentar la
esperanza: “Nuestra salvación está cerca”. Por eso, el
apóstol es exigente: “Ya es hora que se despierten del sueño”. Como en el
caso de Isaías, la Palabra de Dios, nos propone ponernos en acción.
Acoger la salvación nunca comporta pasividad sino vivir según el proyecto que
Dios tiene para cada uno y para todo el pueblo: la espera es activa.
El evangelio, finalmente, nos invitaba a que: “velen”, “estén
preparados” (Mt 24, 37-44) Otra vez la acción. Empieza
diciendo: “Cuando venga el Hijo del hombre”. Y que esto será un día
cualquiera, “como sucedió en tiempos de Noé…”. Es decir, en la vida
cotidiana (“comiendo” o “bebiendo”, o “en el campo”…) es cuando vendrá el
Señor, no en una situación extraordinaria. Por eso es necesaria la
actitud de “estar en vela”, de “estar preparados”: de
discernir cuál es la voluntad del Señor en cada situación.
De esta forma
viviremos la Navidad del Señor ocupados del Señor de la Navidad.
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que son Noticias
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