Nació en Tasswitz. Moravia, el 26
de diciembre de 1751, último de los doce hijos de Pablo Hofbauer (Dvoràk) y
de María Steer. Fue bautizado con el nombre de Juan. El padre era carnicero y
murió en 1757. La familia se encontró en circunstancias tales que Juan
frecuentó muy poco la escuela en sus años juveniles. Fue como sirviente al
monasterio premonstratense de Bruk donde desempeñó el oficio de panadero.
Encontró tiempo para hacer los estudios de sacerdote.
Durante
algún tiempo vivió como eremita, primero en Austria y después, con el permiso
del obispo de Tivoli, junto a la capilla de Quintilio. Aquí fue donde cambió
su nombre por el de Clemente.
De vuelta
a Viena, y gracias a la generosidad de tres piadosas y ricas señoras, pudo
estudiar en la universidad. En 1784, insatisfecho por el clima josefinista de
la universidad de Viena, viajó de nuevo a Roma junto con un amigo estudiante:
Thaddeus Hüble. A los dos peregrinos les atrajeron los redentoristas,
recientemente establecidos en San Giuliano sull´Esquilino donde fueron
recibidos como candidatos. Tras un breve noviciado, hicieron la profesión el
19 de marzo de 1785 y, diez días más tarde, el 29 de marzo de 1785, fueron
ordenados sacerdotes en Alatri.
Juntamente
con el Padre Hüble, volvió a Viena donde deseaba establecer la Congregación.
Pero esto no fue imposible debido a las leyes josefinistas. Se dirigió
entonces a Varsovia donde, en 1787, se hizo cargo de la iglesia alemana de
San Bennón. Comenzó allí una actividad pastoral muy intensa y
atrajo a numerosos candidatos deseosos de unirse a él y al P. Hüble. La
iglesia de San Bennón se convirtió en sede de “una misión continua” con un
programa diario de predicaciones, instrucciones, confesiones y devociones.
Fundó, además, un orfanato para niños y niñas. Esta actividad la continuó
hasta el 1808, cuando Napoleón cerró la iglesia y dispersó la comunidad.
Clemente se estableció de nuevo
en Viena con un compañero y allí permaneció hasta su muerte. Como capellán del
convento y de la iglesia de las Ursulinas, tuvo una extraordinaria influencia
en toda la ciudad y aún más allá de la misma. Sobre todo, aconsejó y alentó a
algunos dirigentes del nuevo movimiento romántico y a otros que trabajaban
por la renovación católica en los países de lengua alemana. Su gran actividad
atrajo la atención de la policía.
Ya de los
tiempos en que vivió en Varsovia y con mayor motivo a continuación, le fue
conferido el título y la responsabilidad de Vicario General fuera de Italia,
sobre todo para el sur de Alemania y Suiza. Al cambiar las circunstancias,
estas comunidades, bajo la dirección del Venerable Padre Passerat, se
convirtieron, tras la muerte de San Clemente, en la base de la renovación de
la vida redentorista en Europa Norte.
San Clemente murió en Viena el
15 de marzo de 1820. Cuando Pío VII tuvo noticia de la misma, dijo: “La
religión ha perdido en Austria a su principal sostén”.
Beatificado
por León XIII el 29 de enero de 1888, fue canonizado por San Pío X el 20 de
mayo de 1909. En 1914, San Pío X lo proclamó patrono de Viena. Los
redentoristas lo veneran como su principal propagador.
Para la
reflexión
No
hay duda que Clemente es un regalo de Dios para nuestra Congregación. Pero no
pertenece sólo al pasado: ocupa un lugar en la historia, pero proyecta su luz
hasta el presente y apunta al futuro. Es un estímulo para salir
al encuentro del mundo de hoy y de mañana, con valentía, con humildad.
Por otro lado, no hay duda de que “no
podemos desligar su espiritualidad y su apostolado de su persona” y del
tiempo en que vivió. “Sería un error querer imitarlo o copiarlo en todas sus
dimensiones. ¡Ningún otro redentorista puede ni debe ser un san Clemente
Hofbauer!” (Josef
Heinzmann, CSsR).
¿Qué nos enseña él sobre el amor a la
Congregación? ¿Sobre la fidelidad a la tradición? ¿Sobre la innovación, abrir
caminos nuevos?
Él es también un personaje histórico, es
decir, alguien que hizo historia y que ahora pertenece a la historia. ¿Y por
lo mismo, al pasado? Ciertos santos ocupan un lugar en la historia,
pero proyectan su luz hasta el presente y apuntan al futuro. Clemente
es un estímulo para que nosotros salgamos al encuentro del mundo de hoy y de
mañana, con velentía y humildad, como él lo hizo en su época.
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