Por Leonor María Asilis Elmudesi
Cada 29 de junio, nuestra Iglesia celebra la fiesta de San Pedro y San Pablo, dos columnas de nuestra fe. Su legado perdura a lo largo de los siglos, fortaleciendo la misión evangelizadora de la Iglesia.
San Pedro, designado por Jesucristo a ser la roca donde cimentaría su Iglesia, constituyéndolo en su primer vicario.
El Evangelio nos muestra que fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús, con un carácter impetuoso, apasionado, un líder innato. Como primer pontífice, Pedro simboliza la continuidad y la unidad de la Iglesia.
Por otro lado, San Pablo, antes perseguidor de los cristianos, tuvo un encuentro frontal con Jesucristo que le provocó una profunda conversión que transformó su vida totalmente. Su labor misionera fue inmensa y, llevó el mensaje de Cristo a diferentes partes del mundo mediterráneo, extendiendo la fe más allá del pueblo judío y alcanzando a los gentiles. Su vida y sus cartas marcan un antes y un después en la historia de la evangelización. Su legado radica en su visión universal y en su capacidad de comunicar el amor y la salvación de Jesús a todos los pueblos, sin distinción.
Resumiendo, San Pedro representa la autoridad del papado.
San Pablo, ejemplifica la valentía de llevar la fe a lugares desconocidos, sin temor a las dificultades, con la convicción de que el mensaje de Cristo es para todas las personas. Ambos apóstoles nos enseñan que la fe requiere compromiso, coraje y un corazón abierto a la misión que Dios nos encomienda.
Aprendamos como ellos a vivir con fe firme y valentía en medio de los desafíos actuales, a no temer las dificultades, a extender la buena noticia a quienes aún no la han escuchado, y a mantenernos unidos en la iglesia, como ellos supieron hacerlo en su tiempo.
La misión sigue vigente; y que cada uno de nosotros puede ser un testimonio vivo del evangelio, llevando esperanza y luz al que la necesite.
San Pedro y San Pablo nos enseñan que la verdadera grandeza radica en la fe, la humildad y la valentía para seguir la voluntad de Dios. Su legado continúa iluminando el camino de la Iglesia y de cada creyente que busca vivir en gracia y en misión. Pidamos al Espíritu Santo que su ejemplo nos inspire a ser auténticos discípulos y misioneros en el tiempo que vivimos. Amén.
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