Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

En este Domingo que corresponde al cuarto de adviento con alegría encendemos la cuarta vela de la corana de adviento y con este encendido pedimos a Dios que también nuestro corazón se encienda de amor, ternura y misericordia para esperar y recibir al mismo tiempo al Niño Dios que nace en medio de nosotros. Todos en este tiempo hermoso esperamos recibir algo, pero más que recibir algo que hagamos el esfuerzo de recibir a Jesús aquel que viene a darle sentido y colorido a mi vida. El Evangelio de Mateo propuesto para este Domingo nos introduce en el misterio más grande de nuestra fe: Dios ha decidido entrar en nuestra historia, no desde el poder ni la imposición, sino desde la fragilidad, la libertad, el silencio y la obediencia. Y lo hace a través de José, un hombre justo por demás.
Si nos detenemos y profundizamos en este Evangelio José no pronuncia una sola palabra, pero por lo visto no fue necesario, su vida entera es una respuesta de fe ante Dios. Este hombre se encuentra ante una situación que rompe sus esquemas y causa confusión en Él: María, su prometida, está encinta, y él no es el padre. Humanamente, todo parece confusión, herida, desconcierto. José podría denunciarla, podría alejarse con resentimiento, podría proteger su honor. Sin embargo, el Evangelio nos dice algo decisivo: “José era un hombre justo”. El Ángel ante la confusión de José se presenta y le pide con firmeza que reciba a María no solo como su prometida, sino como su mujer.
La justicia asociada a José no es la de la ley fría, sino la justicia de un corazón que sabe amar incluso cuando no entiende. A José en medio de la noche de sus dudas Dios le habla. Y lo hace en sueños, porque Dios suele hablar cuando el ruido se apaga. El ángel le dice: “No temas”. Cada vez que Dios está por obrar algo grande, primero libera el corazón del miedo, es por esta razón que José es invitado a confiar, a acoger lo que no puede controlar, a creer que Dios actúa incluso cuando la realidad parece contradictoria.
Sin dudas el niño que va a nacer no es fruto del azar, sino del Espíritu Santo. Dios está inaugurando una nueva creación. Y José es llamado a algo inmenso: poner el nombre al niño. Al hacerlo, lo reconoce legalmente como hijo y lo introduce en la historia del pueblo. José no engendra a Jesús con su carne, pero lo engendra con su obediencia y con su apertura. Así, Dios confía su Hijo a un padre humano.
El nombre del niño lo dice todo: Jesús, “Dios salva”. Y Mateo añade: Emmanuel, Dios con nosotros. No un Dios lejano, no un Dios que observa desde el cielo, sino un Dios que camina con su pueblo, que entra en nuestras noches, en nuestras familias heridas, en nuestras dudas y luchas. Dios no viene a eliminar el dolor, sino a habitarlo con nosotros.
Este Evangelio termina con una frase breve y poderosa: “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado”. No hay discursos, no hay explicaciones, solo obediencia. Una obediencia silenciosa que salva la historia. Gracias a ese “sí” discreto, el Salvador puede nacer.
Esta Palabra nos interpela hoy a nosotros, como a José, muchas veces no entendemos los caminos de Dios. También nosotros vivimos situaciones que no elegimos. Pero la fe no consiste en comprenderlo todo, sino en confiar. Dios sigue buscando corazones justos, capaces de acoger su voluntad incluso cuando duele.
Pidamos la gracia de José: un corazón silencioso, valiente y fiel. Que sepamos creer que Dios está con nosotros, incluso cuando no lo vemos, y que nuestra obediencia humilde permita que Cristo siga naciendo en nosotros.
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