P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
Hemos escuchado muchas veces la frase: “Recordar es vivir”. Es decir, que la manera de saber si estamos viviendo, es si somos capaces de recordar los tiempos pasados, las experiencias acumuladas y los momentos inolvidables. En fin, vivimos porque constantemente hacemos memoria de nuestras vivencias. El hecho mismo de saber que años atrás realizamos tales cosas, que fuimos testigos de ciertos acontecimientos importantes, eso y otras cosas más, siempre nos llenará de gratitudes. Tanto así, que cuando retenemos nuestros recuerdos, surge en nosotros, muchas emociones positivas, dándonos un nuevo impulso humano a nuestro ser interior.
Todos tenemos una memoria, ella es la que nos garantiza que podamos recordar el ayer, estar conscientes de nuestra permanencia en el presente y encontrarnos abiertos para el futuro. Y a pesar de que no solo somos memoria, sin ella, no tendría razón de ser muchas cosas de las que realizamos. Pues, ¿qué valor tendría tener ocasiones fenomenales, si minutos después del acto, se pasa página a la izquierda, y se continúa el camino sin valorar el instante que se esfuma?
La prisa psicológica, la masificación de las informaciones que no se digieren, son de una forma o de otra, la causa eminente de la pérdida de nuestra memoria. Hoy se ha optado por vivir con la memoria a corto plazo, ignorando o eliminando la memoria a largo plazo. Porque al parecer, pasó de moda retener ideas2 en la cabeza por mucho tiempo. Eso es como complicarse la vida, no disfrutar de la existencia. Pero la justificación ante esta situación, es la excusa aquella de que los medios tecnológicos extremadamente avanzados, logran hacer el trabajo por nosotros, y nuestra memoria funciona como un factor secundario, cuando el mundo cibernético, falla o se bloquea.

Jorge Luis Borges, el gran filósofo argentino, se expresó al respecto: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. En otras palabras, si se pierde nuestra memoria, desaparecemos, nos convertimos en marionetas de otras personas. Nos volvemos seres perdidos en la masa, como sostiene Ortega y Gasset, en la rebelión de las masas. Dejamos que nuestra vida sea pensada por otros, pidiendo a cambio, felicidad momentánea, placeres efímeros y comodidades solitarias. Y lentamente vamos muriendo, nos van deshumanizando, desmemoriando, porque nuestro yo, es alquilado o hipotecado, vendido de forma inconsciente, perdiendo lo más sagrado que tenemos: nuestra dignidad y nuestra libertad.
La famosa libertad que se promulga en el siglo XXI es la que ha llevado, como dice el filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, a aceptar que “cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa”. Y ante esta actitud, en vez de adelantarnos, retrocedemos. Poco a poco vamos reteniendo menos informaciones, porque nuestros caprichos personales se encargarán de ello. Por tanto, sé sabio, y no olvides de dónde vienes, ni hacia dónde vas. Porque la memoria no es una carga humana, es la sabiduría del que sabe que un día la necesitará.
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